La verdad es que, aun teniendo casi la misma curiosidad de cuando mocito, uno se va haciendo mayor. Pero eso sí, con objetivos casi cumplidos porque mi vida está siendo maravillosamente previsible: familia, Dios, cultura, amigos y arte. Sí es cierto que creí que no podría conseguir ser historiador, afición que me inculcó aquella maravillosa colección de libros de medio tamaño, color, como decimos en Córdoba, «leche manchá» que trataban grandes hechos de la historia y que de niño me bebí porque cada tres páginas escritas, todo se resumia en viñetas ilustradas de forma muy parecida a los dibujos animados. Así leí por ejemplo, ‘Las Cruzadas’, y la Historia me entró para siempre en el circuito vena/ corazón/ arteria. A partir de ahí me di cuenta de dos cosas que me acompañarían toda la vida: que en mis estancias en el inodoro me haría un gran lector y que, reitero, me gustaría ser historiador. La primera afición sigue presente como siempre. Pero los años fueron pasando y ellos solitos, imprevisiblemente se desviaron hacia el Derecho. Muy a mi pesar, creí que ya no podría contar la historia. Todos los años me decía: me voy a matricular en la facultad de Filosofía y Letras, aunque sea de asignaturas sueltas por año. Pero mi tiempo se iba llenando de otros temas... Hasta que me fui haciendo mayor de verdad. Una vez que me faltan dos años escasos para los cincuenta, voy advirtiendo que todos podemos comenzar a ser historiadores sin título, si tenemos lo que yo llamo, suficiente honradez histórica. Porque teniéndola, quizá el historiador de hecho, aunque no reglado, pueda erigirse en el más veraz relatando lo vivido y no tanto lo estudiado (es que ya hay demasiados historiadores que cuentan el siglo como más le convenga a su sigla). Y tomando mi experiencia voy a dar mi clase de historia porque creo que aún no hemos advertido la riqueza de los aconteceres de nuestra generación: hemos vivido tres años con mucha historia en muy poco tiempo ya que en pocos días cambió una realidad que parecía marcada en un sendero del devenir por un destino indestructible; en 1989, cambió el mundo con la caída del muro de Berlín. En 2001, cambió el mundo con la caída de las Torres Gemelas. En este año 2020, un virus extraño ha cambiado el mundo de nuevo. Así que la conclusión de mi clase es que los cambios históricos radicales no los preven los grandes analistas del tiempo, o sea, los historiadores, por culpa de que estan más pendientes de contar la historia segun les va y no como está pasando para todos. Pero no se preocupen porque siempre después de estos años tan duros y decisivos viene un largo periodo de prosperidad. Sean curiosos y no interesados para tener el don de predecir. Feliz Navidad.

* Abogado