Escribía en estas páginas el 14 de marzo que «la música aplaca a las bestias». Me imaginaba, recién iniciado el año de Ludwig van Beethoven, que su música acabaría con el virus. No ha podido ser y hemos celebrado este jueves el 250 aniversario de su nacimiento -17 de diciembre de 1770-- convencidos de que oír música de Beethoven es la mejor terapia para sobreponerse al estrés provocado por el coronavirus. Daniel Barenboim, al que conocí en Lucena en aquellos festivales ya desaparecidos organizados por María José Baum, decía que a la edad de ocho años tocó algunas sonatas del compositor alemán. Nació en Bonn, calle Bongasse numero 20 donde se encuentra su Casa Museo. Allí realicé un reportaje para TVE. Entre los 400 objetos expuestos vi la trompetilla que le permitía oír. En 1798 comenzó a padecer una enfermedad en el oído que degeneró en incurable sordera. El último piano que usó tenía las teclas desgastadas por lo fuerte que le impactaba con sus dedos a fin de oír algo de sonido. Para penetrar en el alma de Beethoven habría que leer la biografía (1.500 páginas) del americano Jan Swafford: «Fue probablemente el primer músico en componer para la eternidad». Lo más revolucionario fueron sus 33 sonatas para piano. Todas ya las ha tocado Barenboim. Si muchas personas con sensibilidad oyeron por primera vez la Quinta sinfonía --»un alegato a favor de la armonía entre los hombres»-- o también la Novena; y se han aficionado a la música clásica, habrá valido la pena celebrar a lo largo del año 2020 el aniversario. Está enterrado en el Cementerio Central de Viena.

* Periodista