Aproximadamente a finales del pasado mayo, cuando me encontraba en la cola de la panadería de mi barrio de la Fuensanta en Córdoba, oí que un papá joven se dirigía a otro: «Mira, con la abuela y los dos niños en el piso, y mi mujer y yo, si no fuese por la televisión, internet y los teléfonos móviles, yo me hubiera tirado por la ventana». Y efectivamente sin las redes de telecomunicaciones de difusión e interactivas, que han soportado las necesidades de entretenimiento, comunicación con familiares y amigos e incluso de servicios de apoyo con la tele-educación y el teletrabajo, el periodo de confinamiento y el actual, de medidas especiales para el control de la extensión de la pandemia producida por el covid-19, hubiera sido mucho más dificultoso. Si Samuel Morse, Alejandro Graham Bell o Guillermo Marconi, precursores, aunque no en exclusiva, del desarrollo del Telégrafo, el Teléfono y la Radio, levantaran la cabeza, quedarían sorprendidos por el gran alcance que los incipientes equipamientos de las primitivas redes de telecomunicaciones, dedicadas en principio para cada uno de los propios servicios ad hoc, han podido cumplir una función fundamental en la continuidad de una estructura social, política y económica, pese a una gran bajada en los niveles productivos, para evitar el colapso. Y esto se ha podido hacer debido a la cada vez mayor integración de las redes y servicios que ha permitido la digitalización. Tengo a bien haber obtenido en 1983 el Primer Premio de Prensa Nacional convocado por la Unión Internacional de Telecomunicaciones a instancias de las Naciones Unidas, por mi articulo publicado en La Voz de Córdoba con el título de ‘Año Mundial de las Comunicaciones. Una llamada al Progreso’. En el mismo ya advertía, ¡hace casi cuarenta años!, de las inmensas posibilidades de la digitalización de las Redes de Telecomunicaciones para los países y ciudadanos con menores niveles económicos, y el peligro de los desequilibrios existentes a escala nacional y mundial.

A pesar de los avances de extensión de la fibra óptica en España y las nuevas redes de telefonía móvil 4G, como señalaba en mi articulo ‘Crisis y Redes de Telecomunicaciones’ del pasado mes de abril, paradójicamente se mantiene aún un desfase. Los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) , dicen que de aproximadamente 18,7 millones de hogares, casi el 10% (unos dos millones de hogares) estaban a finales de 2019 sin acceso a internet. Muchos de ellos en los pueblos y las zonas rurales de nuestro país. Y ello a más de los incentivos recibidos por las operadoras para su mejora; según la Asociación Nacional de Operadores de Telecomunicaciones y Servicios de Internet (Aotec), España hasta el momento, ha recibido 479 millones de Euros de los Fondos Feder para la extensión de la fibra óptica a los hogares. No obstante, en el informe del INE se destaca que más de 4,5 millones de españoles viven solos en sus hogares, con la mitad de ellos que superan los 65 años. A ello se suma la baja formación de muchísimos ciudadanos en el manejo de las nuevas tecnologías y aplicaciones, para el buen uso y aprovechamiento de los servicios que pueden ofrecer las redes digitales. Toda esta situación puede consolidar el mantenimiento, cuando no el aumento, de esta brecha digital, con pocas perspectivas para una mejor integración social, económica y política, que ayuden a superar los efectos de la pandemia en nuestro país.

* Ingeniero Técnico de Telecomunicaciones