El ser humano siempre tuvo la necesidad de comunicarse con los demás. Ya fuera en cuevas, con pinturas rupestres, en pirámides o en pergaminos se realizaban figuras, mensajes, jeroglíficos... que dejaban constancia de paso de una tribu, pueblo, personaje, época o civilización. Lentamente, los humanos, pasaron de comunicarse mediante el lenguaje gráfico escrito -en sus diversas maneras- hasta nuestros días, donde existen múltiples y diferentes variantes para el mismo fin. El elemento esencial, que ha ido cambiando con los tiempos, además de la herramienta, ha sido el tiempo. Lo que antes era cosa de semanas, meses e incluso años, ha pasado a ser, de apenas unos segundos, que son los que se tarda en comunicar, mediante la escritura, las ondas o el cable. La inmediatez, que nos acerca cada vez más a los hechos que se van sucediendo a cada momento, en cualquier punto del planeta, ha supuesto un avance incalculable, para la ciencia, las artes o el conocimiento en general, pero está suponiendo a la vez, un problema, desde el mismo momento, en que, bien porque cualquiera puede comunicar lo que le apetece, ha hecho que ese nivel de «democratización» de las telecomunicaciones, estando en manos de cualquiera, grandes cantidades de noticias, mensaje o resoluciones, sean bulos malintencionados unas veces o bien faltos de la rigurosidad necesaria, mientras los receptores, discuten de manera enconada y también, sin ningún tipo de responsabilidad.

Al mismo tiempo, muchos de los expertos de verdad, o sea, los periodistas, han caído en el mismo error, muchas veces por culpa de querer ser el primero, lo que les hace caer en dar primicias, sin ningún tipo de rigor ni contraste, para cerciorarse, si lo que le trasmiten, de sus fuente es real, inventado o manipulado, cuando no, es obra del mismo medio de comunicación o periodista. Hay casos paradigmáticos de ese tipo de periodismo. Sobran comentarios, pues todo el mundo lo sabe. Lo peor, es que ese tipo de «periodismo» de bulos, ofensas y tribunales, tiene sus aplaudidores, que retroalimentan al «monstruo».

En este orden de cosas, hay un elemento más novedoso, pues aunque siempre se dio, nunca fue con el nepotismo, el interés económico, corporativo o político de hoy. Esto ha arrastrado -hay quien dice que es al revés- a que la política, esté contaminada, por esos mismos parámetros periodísticos y aquejada de los mismos síntomas. Los parlamentos, casas consistoriales y los gabinetes de comunicación de los partidos y por ende, sus miembros, están aquejados del mismo mal. No hay rubor en salir a la palestra a dar como reales, cosas que la mas de las veces, están más en la imaginación y conveniencia del político de turno, que en la verdad.

El penúltimo elemento, que hoy se desarrolla con velocidad de vértigo, es el de las formas de trasmisión. Es de resaltar en esto, como la charla tabernaria y el lenguaje soez, han desplazado a los discursos engolados y rebuscado de los políticos antiguos de principios del siglo pasado, pasando por el término medio, correcto, clarificador, explicativo, de buenas formas y hasta de buena educación. Buen ejemplo de eso, era Julio Anguita y con él también sobran más palabras. Escuchar a alguien decir en el parlamento, «que se jodan», «es usted un bocachancla», «un chorizo», «un macho alfa» o un «perroflauta», son vocablos muy comunes, que denotan, el bajo nivel, tanto parlamentario, como intelectual de muchos políticos españoles del momento.

Lo peor es que no tiene síntomas de acabar o cambiar esto, más bien al contrario. Es evidente, que este tipo de políticos y periodistas siguen alimentando a, quienes normalmente, son personas sin criterio y cómodos de mente, a quienes les gusta ese tipo de «platos precocinados» y hasta pasados por el «pasapurés» para hacérselos más «comestibles» y superfluos, cuando no, rezumando odio y sinrazón.

* Diplomado en Ciencias del Trabajo