Para la marcha de la economía, el funcionamiento de las instituciones públicas resulta fundamental. En un interesante artículo, María Blanco habla del problema de la agencia y de cómo los ciudadanos son los que deben pedir la rendición de cuentas y responsabilidades a la Administración Pública, ya que somos quienes la mantenemos a través de nuestros impuestos. Sin embargo, esto no se hace, es decir, nadie controla verdaderamente al sector público. Los ciudadanos ya no somos críticos ni monitorizamos realmente en qué se gastan nuestro dinero ni cómo; es más, ni siquiera reaccionamos ante las limitaciones que se van poniendo poco a poco a nuestra libertad. La cuestión fundamental ante estas reflexiones, creo que es una. Hay que considerar que la Administración Pública, incluyendo el Gobierno, está formada por personas. Esto hace que, si bien hay unas reglas del juego dictadas a través de normas, sea la naturaleza que tengan estas personas la que determine la marcha de la institución, sobre todo teniendo en cuenta que esas normas también han sido dictadas por personas. De modo que, al final todo desemboca en qué tipo de personas acceden a la Administración Pública, incluyendo al Gobierno.

Aquí el foco pasaría a centrarse más en cómo acceden, es decir, si el instrumento de selección que se emplea realmente está dirigido a obtener el resultado que queremos: personas responsables, trabajadoras, eficientes y con conocimientos técnicos. La verdad que en los albores del siglo XXI ser capaz de memorizar un temario gigante, quizás no sea el mejor modo de evaluar esas habilidades que se requieren para dar respuesta a las necesidades de los ciudadanos. Por tanto, en cierta medida, podríamos hablar de unos sistemas de selección de personal obsoletos, y una vez que se consigue el trabajo sin prácticamente control de productividad ni rendición de cuentas. No obstante, la realmente preocupante es la otra vía de acceso, que es sin ningún tipo de oposición. En este grupo van los que consiguen un trabajo por su currículum, porque conocen a alguien y/o porque son o pertenecen a algún partido político.

Obviamente, los primeros suelen ser escasos, y los dos últimos son los que se tienen que evitar a toda costa porque ahí sí es cierto que ya no se ha solicitado ni medido ningún tipo de habilidad en el candidato. De hecho, yo creo que prácticamente todo el mundo conoce algún caso de personas que se meten en partidos políticos para conseguir un carguito y un sueldo que no podrían cobrar en el sector privado con su formación y habilidades; y creo que exigirles trabajo y eficiencia puede llegar a ser hasta hipócrita por nuestra parte porque, al fin y al cabo, los ciudadanos ya hemos permitido que se cree un sistema y unas instituciones que favorecen eso. De ahí que nos encontremos en el Gobierno central o los autonómicos o los ayuntamientos o las diputaciones a personas que jamás han trabajado fuera de la política, es decir, que no tienen experiencia, e incluso tienen antecedentes penales, cosa que no puede tener alguien para acceder a funcionario.

Por tanto, a un político no se le exige por parte de los ciudadanos que se aprenda un temario de memoria y haga un examen; es más, ni siquiera que tenga ningún tipo de formación; es más, ni siquiera que no haya delinquido; es más, ni siquiera que no delinca mientras está en el cargo.

Así, se dibuja una situación en la que dejamos manejar nuestro futuro e intereses a personas a las que probablemente nunca contrataríamos si tuviéramos una empresa. A esto se une lo que comentaba María Blanco en su artículo: que ya (si es que alguna vez lo hicimos) no les exigimos que nos rindan cuentas de las de verdad y que, por lo que sea, tampoco estamos interesados en hacer nada para corregir esta situación.

Nos encanta nuestro status quo, aunque eso suponga que, de vez en cuando, nos tengamos que tragar sapos y culebras. Simplemente no estamos dispuestos a cambiar este contexto o no tenemos la valentía para ello, pero es que ni siquiera estamos dispuestos a cambiarlo a un nivel micro de nuestro entorno más cercano. Y todo esto nos deriva a que pocas cosas cambian, aunque vayan pasando personas diferentes, dándonos una sensación de inmovilidad y carencia de evolución y mejora de las instituciones. Otros nombres y caras, pero los mismos usos y costumbres.

* Profesora de Economía financiera de la Universidad de Córdoba

@msalazarord