No es fácil que un transeúnte se detenga más de un minuto en la calle a escuchar a cualquiera de los músicos que demandan su favor pecuniario en la vía pública. Salvo actuaciones programadas al aire de alguna festividad o iniciativa cultural es difícil captar la atención del viandante. Y sin embargo, a veces, el milagro se produce. Y puede suceder que, no uno sino varios, permanezcan de pie hasta el final de la melodía. Sobre todo si la hora es temprana, la mañana de domingo y ésta es obra de Ennio Morricone, dispuesto a embelesarnos el alma con lo que pasaba, una vez, hace tiempo, en América (y también en el Oeste). Nos lo contó entre violines y una flauta de Pan que ya ha pasado a la historia de la música del cine, como la cítara de Anton Karas o el buzuki de Mikis Theodorakis. La mitología nos habla de cómo las ninfas del río Ladón para proteger a una náyade de las ansias amorosas del sátiro la transformaron en un cañaveral. Y los sonidos originados por el viento entre su espesura indujeron al semidiós a construir su famosa flauta. Incluso hace pocos días Suroscopia ha arrancado con una referencia visual a «Dos mulas y una mujer», cinta en la que el italiano, en un divertido ejercicio, integra temas religiosos, referencias al spaghetti western y hasta el rebuzno del asno de la hermana Sara.

Noviembre, que hoy termina, hace también que evoquemos el aroma -este año casi perdido- de la castaña callejera. Y convierte el comerlas con mascarilla en todo un arte por descubrir. Las caseras nos permiten recuperar un olor familiar que nos reconforta doblemente puesto que nos sirve de control de seguridad para constatar que nuestra nariz funciona y eliminar un posible síntoma de covid. Si perder el olfato es una lata, mucho más para un periodista que debe tenerlo siempre presto a detectar cualquier noticia al paso.

Y si uno camina temprano puede, además de reconfortarse con cada nuevo amanecer, incluso recuperar por unos instantes los sonidos de la Naturaleza, bien en directo, bien a través de los cascos por obra y gracia del espacio mañanero de Carlos de Hita. Algunos de ellos los recobramos en marzo, nítida e insospechadamente, rompiendo el silencio del confinamiento. Pero ahora el canto de las aves, el murmullo del viento de otoño barriendo las hojas secas o el crepitar de las gotas de lluvia sobre el enramaje se nos queda de nuevo enmascarado dentro del tráfago cotidiano. Hace unas semanas Hita nos explicaba en el antiguo Rectorado, apoyado en toda una serie de sonogramas, estos avatares de la naturaleza; cómo muchos de los nombres de sus habitantes responden a la onomatopeya de su canto y cómo, aunque la vista sea el sentido que mas información nos aporta, son los sonidos, que nos envuelven como en una burbuja, y también los olores, los que despiertan buena parte de nuestro potencial de evocación y de sugerencia. Una capacidad asociativa que contribuye a nuestra especificidad de seres humanos.

La intervención de Hita estuvo enmarcada en el ciclo que bajo el titulo «¿Hay futuro en el futuro?» ha desarrollado la Cátedra Unesco de Resolución de Conflictos de la UCO, en el que no faltó una reflexión sobre la necesidad de gestionarlo abordando los problemas que nos está evidenciando la pandemia. Su impacto va a ir mucho más allá de los tiempos actuales y, si no se nos está dando nada bien resolverlos, mucho menos plantearlos dentro de transformaciones estructurales a largo plazo. Muy centradas en las circunstancias e intereses políticos, económicos y sociológicos del presente nuestras sociedades se resisten a contemplar los riesgos del futuro a costa de generaciones que aún ni han nacido. «El futuro es una circunscripción no solo desatendida sino ni siquiera contemplada» resumía en su intervención el catedrático de la UPV Daniel Innerarity subrayando la necesidad de buscar mecanismos de gobernanza anticipativa y habilitar dispositivos de compromiso que permitan mantener acuerdos en el tiempo. Si en Salud hemos evolucionado desde una Medicina curativa a otra preventiva y ya estamos abordando la predictiva, las democracias deberían hacerlo en un sentido similar quizá a través de modelos más complejos. La realidad nos enseña que los trabajos de reparación son siempre más costosos que las medidas profilácticas. Y los virus que van a venir ya están latentes en algún sitio.

Como sucede con la actual pandemia respecto de la gripe del 18 deberíamos sacar más enseñanzas del pasado. Y, ya que estamos en su año, lean lo que decía Galdós en ‘Miau’ sobre la capacidad premonitoria de nuestro país (que hoy podría aplicarse a muchos otros): «...por historia los españoles viven al día... sorprendidos de los sucesos y sin ningún dominio sobre ellos...». No prestar oídos a las advertencias y no adelantarse a las consecuencias -en castizo ni verlas venir, ni olerlas, ni detectar su amargo sabor- quizá configuren los síntomas de un particular covid político... que también nos hacen muy humanos.

* Periodista