Cuando el virus nos dejó un resquicio de libertad fui a ver a Abelardo Linares a su Editorial Renacimiento en Sevilla. Abelardo, buen poeta, buen editor y gran librero, que sabe que los libros siguen siendo el futuro, aunque ligado quizás a un concepto de objetos estéticos casi de anticuario, él que desciende de importante familia de anticuarios.

Encontré a Abelardo perdido en el sinfín maremágnum de una gran cantidad de libros, que él ama y vende y publica, y que llenan su vida. Una gran manzana, en las afueras de la hermosa Sevilla, poblada de libros, un gigantesco almacén lleno de los fantasmas de tantos libros. Y una editorial exquisita en la que tantos compañeros suyos, como Cristine, Isabel, Malena, Manuel... trabajan sin descanso por hacer pervivir en el tiempo un concepto de literatura que es el que hemos aprendido y disfrutado desde niños, y que ahora está a punto de desaparecer -España, la nación con más rica literatura del mundo...- en aras de un concepto zafio y mercantil de las letras, en las que está carente cualquier atisbo de arte creador, sustituido por cuatro conceptos de lo políticamente correcto, que se vende como si se tratara de una revolución en las ideas, en insufribles y vacuos tochos de gigantesca extensión, para hacerlos más caros y más rentables...

Y sin embargo en Radio Clásica escucho la voz de otra generación que viene: la de Andrés Neuman, con sus bellos aforismos; o la de Irene Vallejo con su recreación del mundo clásico... Y pienso que aún hay posibilidad de engarzar nuestra tradición aprendida arduamente en la brega con la palabra, y enlazarla al futuro de personas jóvenes y bien formadas, más allá del chicle y la vulgaridad mercantil, que refleja los intereses de un neoliberalismo salvaje de grandes empresas, que poco tienen de liberales...

Comparto frugal, castizo, delicioso almuerzo con Abelardo y su familia en un modesto restaurante cercano a su editorial. Y surge la conversación de los libros, de sus amados libros. Y compruebo cómo ha sabido transmitir a esa familia su propia pasión por esos libros... Y pienso que quizás aún hay futuro para nuestros queridos libros, y que otras generaciones serán capaces de continuar transmitiendo esa pasión por estos artefactos que inventaron los renacentistas, en la época más rica y vital de la belleza y la cultura. Artefactos que no necesitan recargarse, que no son afectados por virus informáticos, cuyo texto no es fácilmente deturpado, y que se pueden llevar consigo como la compañía de un amigo.

Y sin embargo, cuando Abelardo me lleva de vuelta a su gigantesca nave editorial, surge la sorpresa. Porque no me enseña más libros. Me muestra un riquísimo arsenal de grabaciones de música de los años 70. Raras piezas de singular belleza, que surgen de la guitarra infinita que pobló nuestra fantasía y nuestra imaginación cuando éramos jóvenes. Rarísimas piezas que alternan la fuerza de la guitarra con la delicadeza de sus sonidos.

Y sin embargo pienso si lo que nuestra generación ha legado a la historia de la cultura no está más cerca de las maravillosas grabaciones de música que deleitan a Abelardo, que de los pobres, abandonados, hermosos, amigos libros, por los que todos nosotros hemos dado la vida entera.

* Catedrático de universidad y escritor