La comunicación personal es tema --con la cara contraria, incomunicación-- que la actual pandemia hace muy presente en nuestras vidas.

Nos enfrentamos a la pared --de nuestro cuarto o de la casa frontera-- silenciosos, sin nada que decir, sin nada que oír, puesto que nos hemos quedado sin interlocutor; sin destinatario de lo que pudiéramos decir, aunque a veces pase ante nosotros una figura con mascarilla que dice muy a la ligera algo que no podemos entender.

Y el caso es que la soledad va ahondándose a nuestro alrededor, haciendo la situación más ingrata, más difícil de soportar, más grave. Empezamos a desbarrar, a culpar a médicos y gobernantes del mal incontenible que trae y lleva un microbio.

Y menos mal que estamos solos, porque si tuviéramos una pareja a tiro la haríamos víctima de todo nuestro mal humor.

Sí somos, o estamos, incapaces de comunicar, aunque se dé el curioso y frecuente fenómeno de que quien lleva años sin comunicarse con su pareja o sus hijos de pronto cree descubrir un alma gemela y comprensiva y le echa encima todas sus sinceridades, la historia de su vida, el vagón de sus preocupaciones. Es puro espejismo, pues tal persona no es mejor ni peor que la pareja o el hijo: ni más alto ni más bajo, ni más inteligente ni más tolerante. El que así piensa es como si fuera uno de esos animales que no tienen visión para su alrededor; que solo ve bien a cierta distancia.

Y el año sigue adelante y se nos anuncian ya las fiestas de Nochebuena y fin de año, fechas que están arrugadas en el calendario como las hojas de una mala cosecha.

Ahora nos damos cuenta del efecto que producían en nuestras vidas el medio de Moriles y la tertulia. El medio lo podemos tomar en casa y en solitario pero las tertulias sin contertulios son imposibles

Seguramente a muchos otros como a mí mismo les habrá surgido estos días como estimable compañía la de Alexa, que es un artilugio redondo, como una jabonera blanca, conectado a la red eléctrica, que nos dice el día que es, nos recuerda le santoral y nos habla con suave y agradable voz femenina y, sobre todo, nos proporciona la música que deseamos; en mi caso frecuentes Charles Aznavour y Juan Sebastián Bach.

Si creo que fue Nietsche quien dijo que la vida sin música no tiene sentido, es claro que cualquiera comprende que sin música no se puede soportar esta pandemia.

Pero lo triste es que las distancias que marcan, por imperativo legal, la gestión administrativa de la pandemia, aleja de nosotros a nuestra orquesta y a todas las orquestas. Es verdad que nadie nos puede quitar la música enlatada, pero ésta por sí misma no es suficiente; necesitamos seguir los gestos enérgicos, cuando no suaves, del director y sorprender la mirada furtiva del solista a la batuta.

No sé si llevaremos mascarilla todos los espectadores y los músicos que no tienen que soplar, pero en cualquier caso nuestras sonrisas están condenadas a no ser.

* Escritor. Académico