Hoy se celebra la IV Jornada Mundial de los pobres, con el lema Tiende tu mano al pobre, instituida por el papa Francisco para concienciar al mundo del drama de la pobreza. Francisco ha manifestado en diversas ocasiones que «quiere una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos». Con ello no hace otra cosa que continuar la línea de la Tradición, de los Santos Padres, del Magisterio de sus antecesores y del Concilio Vaticano II, que sitúan a la Iglesia en el corazón del Evangelio, «el sermón de la montaña», que viene a ser una resonancia y plenitud del monte Sinaí. En su mensaje con motivo de esta Jornada Mundial, el Papa plantea con claridad la pregunta clave: «¿Cómo podemos ayudar a eliminar o al menos aliviar la marginación y el sufrimiento? El grito silencioso de los pobres debe encontrar al pueblo de Dios en primera línea, siempre y en todas partes, para darles voz, defenderlos y solidarizarse con ellos ante tanta hipocresía y tantas promesas incumplidas, e invitarlos a participar en la vida de la comunidad». A continuación, el papa Francisco nos señala con precisión y urgencia, «cinco caminos» para encarar la pobreza en toda su crudeza. El primero de todos, «tender la mano hacia los pobres». Tender la mano es un signo que recuerda inmediatamente la proximidad, la solidaridad, el amor. Nos dice el Santo Padre, que este momento que estamos viviendo ha puesto en crisis muchas certezas: «Nos sentimos más pobres y débiles porque hemos experimentado el sentido del límite y la restricción de la libertad». El «tender la mano al pobre» es, sin duda, una llamada a llevar las cargas de los más débiles. El segundo camino lo centra el Papa en el testimonio: «La Iglesia no tiene soluciones generales que proponer, pero ha de ofrecer, con la gracia de Cristo, su testimonio y sus gestos de compartir con generosidad». El tercer camino a seguir para afrontar la pobreza es «apoyar a los más débiles, estar cerca de los que sufren, tomando conciencia de la fragilidad de nuestra existencia». Los excluidos siguen esperándonos. El cuarto camino es decidirnos a vencer lo que el Papa denomina «la globalización de la indiferencia», volviéndonos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros. Y el quinto camino que señala Francisco, se centra necesariamente en «compartir lo que somos y tenemos». La IV Jornada Mundial de los pobres constituye un fuerte aldabonazo a las entrañas y a la conciencia de la humanidad. Hemos de saberlo bien: El Dios encarnado está siempre al lado de cualquier indigente, hambriento, desheredado, excluido y oprimido. No les pregunta lo que fueron, sino lo que quieren ser. Los atrae con ternura a que acepten la sanación de su amor. Víctor Hugo nos dejó una frase lapidaria: «En la vida, es fácil ser buenos, lo que nos resulta difícil es ser justos». Ciertamente, la batalla de todas las pobreza se libra en el campo de la justicia y del amor. La audacia del papa Francisco estableció esta Jornada Mundial, no sólo para combatir la pobreza, sino para que nos atreviéramos a mirar a los pobres, para que les tendiéramos nuestra mano abierta y la generosidad fraterna de nuestro corazón.

* Sacerdote y periodista