Quizá porque el futuro de España no es de color de rosa, Irene Montero ha emprendido una campaña contra lo rosáceo. Los españolitos de a pie acabamos de apoquinar veinte mil euros a unos amigos de la pizpireta ministra por un collage con ínfulas de estudio que ha descubierto que el color rosa oprime y reprime a las niñas. Kualitate Lantaldea -que así de bonito se llaman los autores del tebeo- han metido en su buchaca cien euros por cada página de un informe que no pasaría ni por un mediocre trabajo de pretecnología. Si copian el Quijote se forran. Ahora que la ministra es asidua a posar peripuesta en su mansión de Galapagar para la prensa rosa, llama la atención esta aversión por el susodicho color, pues no en vano el rosa, al igual que ella, no deja de ser un rojo desteñido por el paso del tiempo.

Con ese nuevo lenguaje solo inteligible para el gremio, el seudoestudio justifica la nocividad del del color rosa con frases del tipo «el contexto como variable de investigación psicosocial» o «propuestas conductuales que rupturan estereotipos y roles de género», cuya comprensión únicamente está al alcance de quienes, como las dos ministras de apellido Montero, hablan un idioma propio que nadie entiende. Los cuatrocientos cincuenta millones de euros de presupuesto anual del Ministerio de Igualdad dan para teñirlo todo de gris, único color que hace juego con el talento de la ministra. Prohibidos el rosa por machista, el negro y amarillo por racistas y, por fascista, el azul, mucho me temo que desde el Gobierno quieran darnos a todos una pátina de rojo. A la bandera de España ya le han dado una mano de morado. En la anterior dictadura había que cruzar a Perpiñán para ver películas subidas de tono; en la actual, escuchar ‘La vie en rose’ pronto será algo clandestino.

Hay cosas que no se valoran hasta que se pierden, así que espero poder reconocer pronto la labor del Ministerio de Igualdad. Mientras tanto, disfruto con las ocurrencias de los denominados «Observatorios Estatales de Igualdad» (sic), rimbombante denominación bajo la que se esconden hasta nueve atalayas censoras desde donde se dilapida el dinero público con informes como el de la «rosafobia». Días atrás -y previo pago a otros colegas de la pandilla- uno de estos organismos criticó a las actrices que aparecen en pantalla por ser de una belleza extraordinaria. Si por ellos fuera, Ava Gardner se habría ganado la vida como chamarilera. Por el contrario, Ramona ‘la tuerta’ ahora no le da tanta importancia a su mellada dentadura y, pese a su cojera, ha escrito a la ministra exigiendo su intercesión para protagonizar la segunda parte de La tentación vive arriba. Otro subvencionado informe ha concluido que el hecho de ser mujer predispone a una mayor adicción al tabaco. Nada más enterarse, Ramón ‘el carretero’ ha pedido cita en el ginecólogo para que le recete parches de nicotina. No obstante, hay que reconocerle a la ministra Irene Montero un cierto grado de coherencia. Pese a las peleas de vecindona en las que últimamente anda enfrascada con Teresa Rodríguez, en su majestuosa casa se predica con el ejemplo. A la hora de compartir responsabilidades familiares, nadie se va de rositas. Cuando los niños dan mala noche, quien acaba hasta el moño es el padre.

* Abogado