Después de la moción de censura presentada por Vox contra el Gobierno, son numerosas las voces que están calificando al espectáculo como grotesco, poniendo de manifiesto que se trata de la censura menos votada de las interpuestas durante la democracia; que los tiros no iban contra Sánchez sino, por razones electoralistas, contra Casado; y que éste ha hecho el mejor discurso de su vida, de gran dureza contra Abascal pero con muchos matices centristas que nunca había utilizado.

Evidentemente, dichos matices han estado en las palabras firmes y serenas del líder del PP, aunque pueden resultar pura retórica, caso de que no salte por los aires la alianza que tiene en varios ayuntamientos y comunidades con los criptofranquistas de Vox. Acuerdo que, siendo imposible en Alemania, Francia y bastantes países de la UE, aquí no se irá al traste porque ninguna de las dos partes está por la labor, aunque haya quedado claro que no se tienen afecto.

Los conservadores argumentan su actitud recordando que Sánchez dijo mil veces que pactar con Iglesias le quitaba el sueño y, sin embargo lo ha hecho. Pero con esa dialéctica olvidan que llevar a cabo lo mismo que critican, además de ser contradictorio, se parece mucho al cinismo.

Por su parte, la patriótica extrema derecha tampoco desea la ruptura. Se ha apresurado a explicar que, pese a la descalificación sufrida y estar extremadamente dolidos, para que no gobierne la izquierda, seguirán coaligados, aunque dando a entender que el PP tendrá, a partir de ahora, que aguantar carros, carretas y carretones si quiere tener apoyo presupuestario y, consiguientemente, gobernabilidad en Madrid, Andalucía, Murcia y donde, sin sus votos, las huestes de Casado se van a la porra -es decir, a la oposición-, resultando, para más inri, culpables del advenimiento del izquierdismo. Circunstancia de la que Vox, se beneficiaría.

Esto último nos lleva a la reflexión de que el fracaso de Vox en la censura contra Casado -sí, contra Casado- ha sido más aparente que real, pues van a responder a la dureza del adalid conservador haciéndole pasar, en muchos lugares, por el aro de unas exigencias desmedidas para poder contar con sus imprescindibles sufragios. Y, para rematar la faena, aparecen, ante los suyos y el electorado al que quieren atraerse, como el partido de la generosidad heroica, que evita, en varios ayuntamientos y tres autonomías, pese a haber sido vilipendiado, el gobierno del socialismo amancebado con independentistas, marxistas y terroristas.

Si Casado no sabe evadirse -es difícil conseguirlo- de la diabólica trampa para elefantes que le han tendido, es muy probable que Vox, aprovechando también estos tiempos de crisis profunda, haya sido menos perdedor de lo que se está diciendo a troche y moche. Al tiempo, fiamos nuestra razonada sospecha.

* Escritor