Córdoba, la ciudad de los semáforos en rojo, que los políticos durante los últimos cuarenta años los han ido sembrando por nuestras calles y plazas, como quien cultiva nabos o patatas, para desesperación de los conductores, siempre ha tenido gente tolerante y respetuosa con quien no coincidía en su ideas u opiniones, ya fueran políticas, religiosas o de otra índole. El cordobés, como tónica general, practica admirablemente el Silencio, para despreciar, ensalzar, o dejar patente su indiferencia. Es un lenguaje social no hablado, que nosotros entendemos a la perfección. Manolete era también un maestro en estas expresiones corporales. Por eso, me ha extrañado ese vandalismo absurdo, pueblerino, de resentimientos atávicos, y odios soterrados, ya fuera de lugar y de nuestra historia reciente. La Cruz significa amor, entrega, dolor, pasión y al final muerte. Un símbolo del cristianismo que se incorporó tardíamente allá por el siglo III. Esa agresión iconoclasta cobarde y traidora a nuestra cultura religiosa no puede producir nada más que nuestro desprecio. Pero por desgracia siempre hay un chalado, varón o hembra, que con su odio atávico que le pudre las entrañas, lo hace o lo justifica. Los personajes que nos desgobiernan en Madrid y que dicen ser nuestros representantes morales, han conseguido que las dos Españas, laminadas sus heridas profundas en la Transición, y que hoy pretenden borrar de nuestra Historia y de sus preceptos constitucionales, se enfrenten diariamente, no solo en los parlamentos, sino también en esas calles, plazas preñadas de semáforos en rojo, muchos inservibles, y también en hogares, reuniones familiares, amigos, durante estos días con menos intensidad, porque hemos vuelto casi al arresto domiciliario voluntario. Lo han conseguido a través de leyes y normas que promueven el rencor y la discriminación en buenos y malos. Los vencedores de hoy intentan reescribir otras páginas de nuestra Historia, y también pretenden arrancar las que dictaron los otros vencedores. Odio contra odio, como reflejó Goya en el célebre cuadro donde los dos majos, garrote en las manos, se retan antes de acometerse y destruirse mutuamente. Es verdad, lo han conseguido, y de ahí, que esa Cruz que graciosa coronaba la fuente como signo de reconciliación, hace unos días haya pagado el pato. Un lugar emblemático, que un día fue una de las puertas de la ciudad, ya que la muralla romana sigue adosada a la hilera de casas de la acera derecha de la calle Alfaros. Una cuesta donde la tradición no escrita sabe de la presencia de aquella joven que, para vengar el abandono de su novio por otra, hizo un pacto con el diablo, matando a su hijo, para después conseguir que aquel muriera, y ya presa de dolor, también ella se suicidara. Su fantasma, dicen, sigue vagando por el lugar, y a veces se ha aparecido en las noches frías y solitarias, a algunos viandantes, que, ante su presencia terrorífica, corrieron despavoridos. Nos podía haber echado una mano, apareciéndose a esos imbéciles.

Es verdad, que quien no aprende de la Historia, repite la Historia y estos personajes del Gobierno central y su Corte de los Milagros, que se creen que lo saben todo, y que hacen verídico el dicho, de que, si quieres conocer a fulanillo, dale un carguillo. La verdad, y sin ningún tinte político, es general el sentir, de que peor no lo pueden estar haciendo. Recuerdo que, en el Museo del Parlamento Húngaro, en una vitrina, se guarda con respeto la estrella comunista que coronó el edificio muchos años. Pregunté por qué, y la guía me contestó que era parte de su Historia. Lo mismo que en Viena, respecto a la plaza donde se dedica a la Rusia marxista con su homenaje al Ejército Rojo, y se remozó en aquella época. Ahí está, también por ello. En Paris, los monumentos y plazas de los borbones. En Praga, en su Paseo Central, con los tanques expuestos de aquella primavera rosa de 1968... Aquí no. Aquí hay que destruir al contradictor, sus símbolos...

Así nos luce el pelo. Pero Córdoba no es así. Somos Turdetanos. Cuando llegaron los romanos, teníamos una cultura ancestral. Leyes en verso que databan de 3000 de antigüedad según Estrabón. Después llegaron los visigodos, árabes, judíos, cristianos, y hasta de Centro Europa en el Siglo XVIII. De toda España en aluvión. En la actualidad de Sudamérica y de países del Este. Somos tierra de acogida. Cristianos, católicos, musulmanes, agnósticos, etc., permisivos, tolerantes, como dije al principio. Y ahora que vengan unos desaprensivos/as a destrozar nuestros símbolos, e intentar que nos enfrentemos... Anda ya. Paz y Bien.

* Abogado y académico