Se habla poco últimamente en los medios internacionales de Suecia y concretamente de la estrategia muy parecida a la polémica inmunidad colectiva o «de rebaño» que parecen haber adoptado sus autoridades frente a la pandemia del coronavirus.

Uno de los pocos que lo han hecho ha sido el semanario alemán Der Spiegel , que ve, en tonos alarmistas, lo que allí ocurre como algo que podría prefigurar el propio futuro del país de Angela Merkel sino también el de otros países ricos.

Cuando el covid-19 comenzó a extenderse por Suecia, al igual que por otros países europeos, los ciudadanos no se dejaron arrastrar por el pánico, convencidos de que su buen sistema de seguridad social ofrecería suficiente protección, también a los más ancianos y vulnerables.

Sin embargo, como ocurrió en otras partes, el insidioso virus comenzó a cebarse en las residencias de mayores, algo que al parecer sorprendió al epidemiólogo oficial del Gobierno sueco. Al menos es lo que declaró ése públicamente.

El trato dispensado en cualquier país a los ancianos que viven en residencias es uno de los capítulos más oscuros de la actual crisis sanitaria. Y tal vez sea el primero que habría que investigar para evitar que lo que pasó durante la primera ola vuelva a suceder en todas las que puedan venir.

La falta de personal y material médico, de cuidadores suficientes y de recursos de todo tipo para atender a los contagiados por el nuevo virus ha sido más que evidente en todas partes, pero sobre todo en aquellos centros donde el afán de lucro ha privado siempre sobre cualquier otra consideración.

En Suecia, como en otras partes, las principales víctimas hasta ahora de la pandemia han sido los ancianos, y existen sospechas de que en ese país escandinavo se aceptó demasiado fácilmente la posibilidad de que muchos de ellos acabaran sucumbiendo al coronavirus, como de hecho ocurrió.

Una destacada enfermera sueca advirtió en su día a las autoridades sanitarias de que la negligencia que estaba observando podía llevar a casos de «eutanasia activa».

La propia televisión sueca refirió casos de enfermos a los que se administró morfina y se dejó morir, supuestamente porque en un hospital local no quedaban camas disponibles, lo que se demostró ser falso.

Se sabe que incluso en el momento álgido de la primera ola de la pandemia había camas suficientes en las unidades de cuidados intensivos de los hospitales, algo de lo que incluso se ufanó la ministra sueca de Asuntos Sociales, Lena Hallengren.

Al mismo tiempo, las autoridades sanitarias del país elaboraron un plan para el caso en que se produjese una situación de auténtica emergencia y hubiese que recurrir a lo que en la jerga médica se conoce como «triaje».

Se trata, en circunstancias de escasez de recursos médicos, de clasificar a los pacientes según un sistema de prioridades, como las posibilidades de supervivencia o los años teóricos que les quedan de vida, algo que, en pura ética, afecta a la dignidad a la que tiene derecho cualquier individuo.

Dado que, a diferencia de lo ocurrido en otros países, las camas de hospital no llegaron a escasear en ningún momento en Suecia, en teoría no habría hecho falta recurrir al «triaje», algo que, según lo informado por la prensa sueca, al parecer no ocurrió.

Algunos médicos de hospital se quejaron de que no se les permitió tratar a los pacientes de más edad como habría correspondido. «Nos obligaron a dejar morir ante nuestros ojos a enfermos de los que estábamos seguros de que podrían haber sobrevivido gracias a los intensivistas», declaró uno de ellos al diario sueco Dagens Nyheter .

Grave acusación que fue corroborada por otros médicos pero que niegan las autoritarias del país. Habrá que esperar a los resultados de una investigación en curso para establecer la verdad.

Der Spiegel no parece tener muchas dudas: prácticamente se «invitó» a la muerte a entrar en los asilos de ancianos. En muchos de estos centros faltaban medios para tratar a los contagiados, a los que se administraron medicinas paliativas en lugar de mandarlos directamente a un hospital.

E incluso en los hospitales se impidió supuestamente al personal médico hacer todo lo que estaba en sus manos para salvar la vida de quienes habían sido prematuramente desahuciados.

El semanario alemán ve en todo ello un ominoso presagio de lo que podría ocurrir también un día en la propia Alemania: en Suecia, la esperanza media de vida es ya de 85 años en el caso de las mujeres y de 81, para los hombres. En Alemania, es de 83, 6 y 78,9 , respectivamente.

Según el proyecto global de investigación social World Values Survey, Suecia es uno de los países donde los mayores se sienten más menospreciados por el resto de la población: solo poco más de un 20 por ciento trata con respeto a los que ya han cumplido los setenta.

Hay quien recuerda al respecto una vieja leyenda según la cual en la época de los vikingos, los ancianos considerados ya inútiles se arrojaban o eran arrojados al vacío desde lo alto de una roca.

Es lo que algunos han dado en bautizar como «senicidio» - asesinato de los «seniores» (en latín: ancianos)-, algo que, como escribe Der Spiegel, combina la arcaica brutalidad de semejante acto con la moderna racionalidad tecnocrática.