En una sociedad como la actual, en mi opinión bastante líquida, las palabras forman parte esencial de su etérea existencia. Si fuera sólida serían los hechos pero no es el caso. Orales o escritas, las palabras van formando discursos, construyen las ideas y las hacen caer como chuzos de punta sobre nuestros cerebros intentando anidar o lavarnos la mente.

Hay palabras también que hilvanan reflexiones, palabras más pensadas que invitan al silencio, al compromiso activo, al estudio interior o a la investigación. Estas modalidades, que construyen conciencias y dejan en pelotas a nuestros demagogos, se retienen peor y se olvidan más pronto al requerir esfuerzo para ser aplicadas. Son palabras de padre, de maestro de escuela o las que oyen las ovejas de boca del pastor. El ser humano tiende a aceptar con agrado la diversión y el circo y ante cualquier obstáculo por pequeño que sea intenta rehuirlo, alejarse de él, y si no se pudiera, se mata al mensajero. Nuestra tranquilidad, aunque sea con bobadas, por encima de todo.

En este mundo de tanto charlatán asesorado los manipuladores nacen como setas, que escondiendo verdades, abusan con sencillas imágenes y mágicas palabras para disfrazarse de lo que les parezca y burlarse de todos.

Una buena mañana se autollaman demócratas y con caras campañas y súbditos con sueldos se adornan - y se adueñan - de valores como la libertad, la justicia social o el bienestar común de la ciudadanía. Oyen pero no escuchan las voces de la gente, haciendo solo caso de su voz interior y su red de asesores. Emitido el mensaje, los medios, afines o pagados, repiten el recado hasta la saciedad. La ciudadanía, inmersa en sus problemas de salud, de trabajo, de cuidado de niños y algo de vacaciones asiste impotente al terrible espectáculo… ¡No se ocupan de mí… se murmura entre dientes!

Ante los nubarrones de crisis o desgracias, los trapaceros vuelven a aparecer envueltos en palabras como los salvadores y relativizando. Sus palabras y aquellas que vocea su guardia pretoriana, amigos enchufados en su gran mayoría, son escudos de acero que impiden la llegada de una palabra crítica y la hacen rebotar hiriendo gravemente a quién la profirió: ¡Tú no eres patriota ni quieres a tu gente!

En veinticuatro horas se cambian de uniforme y las palabras ahora disfrazan a un gran líder que parece arreglar los problemas del mundo: grandes declaraciones, formato muy pensado, palabras elegidas, escenario previsto y prisas aparentes …. cómo si se tuviera mucho trabajo urgente o se fuera objetivo de un sabido atentado. ¡Un líder que no simula prisa no merece ni serlo! Pero en cinco minutos las palabras -y una sutil visita al armario portátil- transmutan a esta gente en un enorme fan de tenis o de fútbol y ahí tienes a los socios del club "da igual el nombre" aplaudiendo a rabiar las manidas palabras de lo bien que lo hacen.

Pero, ¡oh, sorpresa infinita!, en un par de segundos, el gran camaleón tiene palabras de ánimo para unos rotos padres que han perdido a su hijo y se convierte así en un doliente más que todos reconocen: ¡Cómo lo siente!, dicen.

En su interior, estos personajillos - osados como pocos - se creen superdotados y ahora aparenta ser un gran economista, al rato puede hablar de la Universidad, a los cinco minutos soy pequeño empresario que sé de mis problemas y al cabo de una hora proclama la eutanasia como la solución. Coleccionan seductoras palabras para vender derechos y olvidar los deberes. Usurpan ilusiones, son ladrones de sueños, hipnotizan la ética y acaban reventando todos sus compromisos. Todo gracias a unas palabras usadas como fármacos.

Las palabras son trajes de disfraces, vestidos momentáneos para salir del paso. El problema, al final, lo tiene aquella gente que se dejan embaucar y no filtra lo oído para quedarse con la incontrovertible realidad que se apoya en los hechos. Contra las falsedades y la amoralidad, el pensamiento crítico, aunque nos cueste esfuerzo.

Parole, parole, parole…, al parecer casi siempre fue así.