Antes de presentarse a las elecciones, Donald Trump llevaba once años triunfando en la tele con un reality hecho a su medida: en su mundo solo hay dos categorías humanas, ganadores y perdedores, y él tenía que clasificar a los candidatos para que aprendieran del maestro. Aquel reality le reportó 213 millones de beneficios limpios de polvo y paja, y aún sacó tajada desgravando 70.000 de peluquería y 100.000 de estilismo. Lo ha desvelado el New York Times, que ha rastreado los últimos 18 ejercicios fiscales del emporio Trump hasta concluir que el presidente lleva años evadiendo impuestos, gracias a una agresiva ingeniería fiscal que se parapeta en los negocios ruinosos para camuflar los beneficiosos hasta el extremo de reclamar a la Hacienda norteamericana 73 millones, que le fueron devueltos. El gran periódico neoyorquino ha puesto al descubierto los trucos fiscales que el presidente ha ocultado sistemáticamente al Senado, al Congreso y a la propia Fiscalía. Tan ejemplar ejercicio periodístico ha obligado al editor del diario a justificar que si no publican los registros es para no poner el riesgo a las fuentes que han incurrido en grandes riesgos para cumplir con la Primera Enmienda de la Constitución que permite a la prensa publicar todo aquello que es de interés público. Era de espera que en el primer debate electoral el candidato Biden supiera enfrentarse a un delincuente fiscal, que sus asesores le hubieran preparado para resistir los ataques de un camorrista y pudiera desmontar una a una sus trampas y mentiras. Trump no le dio la más mínima posibilidad, le atacó por donde más le podía doler, por sus hijos, uno muerto y el otro con problemas de drogas, y Biden se replegó. Hizo suya esa máxima de no te pongas a la altura de un miserable porque te hará bajar a su nivel y allí te ganará por experiencia. Y solo acertó a llamarle payaso sin modales. Empezamos bien.