Silvia Martínez nunca celebró su séptimo cumpleaños. Los terroristas de ETA la asesinaron un verano cuando jugaba en su dormitorio de la casa cuartel de la Guardia Civil en Santa Pola. Otra víctima en la larga lista negra de los ataúdes blancos. La tarde del pasado cuatro de agosto --dieciocho años después del crimen-- la ciudad alicantina rendía homenaje a la memoria de Silvia rotulando una plaza con su nombre. A la misma hora, el presidente del Gobierno volaba en el Falcon hacia sus vacaciones en Lanzarote.

Igor González Sola cumplió los cuarenta y siete años en la prisión de Soria. Conocido en el hampa terrorista como ‘el enfermo’ (hay alias que son adjetivos calificativos ), el tal González fue condenado a veintiún años de cárcel por pertenencia a la banda terrorista ETA. Durante su estancia penitenciaria, lejos de expresar arrepentimiento alguno, se jactaba de su pasado criminal e instaba a retomar la violencia terrorista. Hace unos días, al parecer por un mal de amores, el etarra se suicidó en su celda. Conocida la noticia, un compungido Pedro Sánchez expresaba a los deudos de la organización criminal - y socios de su gobierno-- su profundo pesar por la muerte del terrorista confeso.

En su afán por reescribir la historia, el Gobierno ha emprendido una campaña de blanqueamiento de una organización terrorista que no conoce límites, ni tan siquiera los de la moral. Al decir del presidente, ETA es ahora una simple banda que ni la del Maestro Tejera, y sus terroristas asesinos unos pobres presos vascos que pareciera cumplen prisión por apedrear farolas. Solo le ha faltado lamentar que, por súbito e inesperado, el suicidio del etarra ha sido un ‘escopetazo’, pero quizá alguien le hubiera recordado los cientos que descerrajaron sus hoy aliados sobre las nucas de los militares, policías y guardias civiles. El ministro Grande Marlaska (hay apellidos que no son adjetivos calificativos) ha querido apoyar a su jefe en el infame pésame, y en su injustificable discurso ha apelado al ‘humanismo’ cuando quería decir ‘humanidad’, error propio de quien desde hace tiempo confunde estética con ética. Quienes hemos tenido la (mala) suerte de ser alumnos de la vicepresidenta primera del Gobierno, no salimos de nuestro asombro al verla negociar las cuentas del Estado con los dolientes batasunos, y no solo porque tampoco sepa de números. Sin embargo, ningún sentimiento me provoca ver reunido a Pablo Iglesias con la portavoz del partido político que justifica la criminal historia de ETA, acaso porque no soy capaz de distinguirlos.

La negociación de los presupuestos generales del Estado ha convertido al Gobierno de España en sumisa plañidera, olvidando que el precio de sus lágrimas lo han pagado otros hasta con la vida. Con indisimulada equidistancia, en el manual de resistencia sanchista ‘víctima’ y ‘verdugo’ ya son sinónimos. Parece que tres años más en la poltrona monclovita bien valen deshonrar la memoria de quienes, como Silvia Martínez, contemplan desde el cielo la consumación de tanta vileza.

Ahora que están tan de moda las despedidas progres por las redes sociales, al leer la noticia del suicidio del etarra me vino una a la cabeza: «Que el infierno te sea leve, Igor».