Como en las películas de náufragos, unos achican agua con el cuenco de las manos y otros se aferran a un madero, a una cuaderna del buque descuajeringado, mientras suenan de fondo los violines del hundimiento. Arrecia la marejada, sí. En medio de una pandemia ingobernable y con unas perspectivas económicas que hielan las pestañas, Pedro Sánchez, el correoso, envía al Congreso la ley de memoria democrática. ¿Es una prioridad ahora? Pues, no. ¡Pero en este país jamás es el momento de nada! La roña moral suele enterrarse bajo el permafrost. No se trata de remover las ascuas del pasado, sino de dignidad, de sacar a los muertos de las cunetas para hacer ‘tabula rasa’ de una vez. Luego está la cuestión del indulto. ¿Un trueque a cambio de los presupuestos? Eso parece, sí. Pero el Gobierno está cumpliendo con su obligación, y la eventual excarcelación de los políticos presos contribuiría a ventilar la alcoba catalana, que huele a rancio y parálisis. Habrá que adecuar a los tiempos el delito de sedición, ¿o no? Se estila el regate, el cortoplacismo, la maniobra ciega de la acción-reacción, sin que ningún gobernante se atreva a desarrollar una visión global e integradora. Es la diferencia entre táctica y estrategia que cantó Mario Benedetti en un viejo poema, solo que él hablaba de amor y aquí la copla va de degüello. ¿Hasta cuándo se postergará la reforma de la Constitución? Si se hubieran hecho los deberes a su debido tiempo, de haberse blanqueado las instituciones del Estado, si la autocrítica fuera un ejercicio natural, tal vez, solo tal vez, la gestión del virus habría sido mejor, y ya se estaría investigando qué se hizo mal. Quién sabe. En medio del anegamiento, cuanto más pequeña es la tabla de salvación, más irritan el ruido y la impericia. Los náufragos de abajo siguen chapoteando. Algunos tratan de hacer el muerto sobre las olas; otros, los más afortunados, aguantan la respiración con el consuelo de los libros, la familia y los amigos, un paseo o la música del barroco, una época también de aúpa. Y la consigna de aquel otro verso de Benedetti, con cien años recién cumplidos: «Defender la alegría como una trinchera».

*Periodista