En la Agrupación de Cofradías de Córdoba se asiste en estos días a la conclusión de una fructífera etapa encabezada por Francisco Gómez Sanmiguel y al esperanzador comienzo de un alentador periodo guiado por Olga Caballero, primera mujer para conducir a esta institución coordinadora cofrade. La labor de la Agrupación en los últimos años ha supuesto un formidable salto adelante en el avance y perfeccionamiento de su evolución y crecimiento, acorde con la propia dinámica de las cincuenta hermandades y cofradías cordobesas que la componen.

El progresivo impulso y desarrollo experimentado en el nivel artístico y estético de las hermandades, en sus actos de culto y en sus estaciones de penitencia y salidas procesionales es evidente, así como en su organización interna más participativa, junto al clima de armonía y coordinación propiciado por la propia Agrupación en su seno, que afortunadamente ha incidido en una dinámica de horizontal apoyo de las hermandades, superando otras consideraciones de ésta como exclusivo supremo poder cofrade que a la postre acabaron coadyuvando en algunos casos divergencia y división.

Dos han sido los momentos en los que se ha puesto de manifiesto la magnitud y fuerza del movimiento cofrade cordobés en estos últimos años, así como la importancia de su presencia y peso en la sociedad cordobesa. El primero, protagonizado por la brillante celebración de las llamadas Magnas, que congregaron a numerosas y emblemáticas cofradías con las imágenes de sus Titulares, en multitudinarias procesiones rodeadas de un clima de esplendor y ejemplar organización, que será siempre recordado. El segundo, en un sentido inverso y bien distinto, cuando en estos últimos meses, la obligada ausencia de las hermandades en la calle por las trágicas razones sanitarias sobrevenidas y la consecuente limitación de sus actos de culto y de celebración de sus festividades religiosas, han patentizado así su arraigo social por el enorme y temporal hueco dejado en la vida y religiosidad popular cordobesa, no cubierto por otros segmentos, revelando ahora por omisión tanto la dimensión del espacio popular que ocupan, como su esencia democrática, mostrando en ambos momentos que las cofradías son del pueblo y las integra y apoya el pueblo, que es quien le otorga tal fuerza social. De hecho, cuando las cofradías han gozado de mayor autonomía éstas han experimentado un enorme auge, como testimonia el periodo que arranca con el Concilio Vaticano II y su concepto de Iglesia como Pueblo de Dios, que seguidamente llevó al resurgir cofrade de los 70 en Córdoba, en tanto que en otras etapas y por causa de excesiva rigidez en base a estrictas concepciones piramidales, se impusieron gestoras, se destituyeron a juntas y hermanos mayores, o se prohibieron las mantillas, etc. que en cierto modo suscitaron momentos convulsos.

Pero la actual sociedad, de la que es lógico por tanto que las cofradías sean un reflejo, prioriza a veces en demasía lo accesorio o secundario en perjuicio de lo esencial y fundamental, de forma que en las hermandades, y por esa primacía de la estética, se visualiza en ocasiones únicamente la labor de costaleros, de vestidores, floristas, etc. o se tiene en cuenta sobre todo la repercusión económica y de promoción del turismo que sus actividades públicas suponen.

Las cofradías son instituciones religiosas, pero sobre todo y fundamentalmente cristianas. Forman parte de la Iglesia y su más remoto origen se basó en lo que actualmente se define como humanismo cristiano, en el que en torno a una advocación mariana, pasionista o de un santo de especial devoción, fines como el culto a sus imágenes y funciones sociales de solidaridad y ayuda a los enfermos y necesitados eran y son prioritarios, como una de las más sólidas formas de evangelización, tal como numerosas cofradías cordobesas hacen en nuestros días, pero además al presente y gracias a esa fuerte presencia social, quizás también puedan servir como escuela de valores entre los cofrades, para reforzar sus cimientos como pilares fundamentales de ese humanismo cristiano no limitado solo al crecimiento artístico y patrimonial. Esos necesarios principios irán siendo así progresivamente más sólidos; e incluso servirán como modelo en la sociedad cordobesa cuando se perciba de forma ejemplarizante que en las cofradías se ha conseguido que haya tantos voluntarios y colaboradores sociales cofrades para sus actividades solidarias, como costaleros para llevar los pasos.

El futuro cofrade cordobés del siglo XXI tiene ante sí por tanto sustanciales y primordiales retos, cuya consecución permitirá continuar este progresivo y fecundo desenvolvimiento y apogeo.