Menudo palo se está llevando la fiesta --nuestra fiesta nacional-- con la llegada y prolongada estancia del coronavirus. No atravesaba uno de sus mejores momentos, precisamente, y la situación creada ha contribuido sobremanera a agravarle la enfermedad y alisar el camino a aquellos que fervientemente desean su desaparición. Nunca habíamos pensado en la posibilidad de que esto ocurriese. Le concedemos a la fiesta, a su arraigo, tal importancia que su mantenimiento lo defendimos a capa y espada, teniendo en cuenta sus antecedentes y basándonos en que siempre hubo etapas malas, que fueron superadas con creces con la aparición de algún torero que volviese a animar el cotarro y despertar el interés de los aficionados. Pero también es cierto que jamás hemos imaginado que un virus fuera capaz de paralizar el mundo, A broma lo tomamos en principio y desconocemos cuál puede ser el final. Mientras tanto, nos ha cambiado la vida y nuestras formas de interpretarla, ha creado miedo, dolor en miles de humanos y sumirá cada vez más a nuestro país y a otros tantos en una profunda ruina de todo género, de la que creemos no se saldrá fácilmente.

Hacemos este comentario, que creíamos oportuno, para situarnos en las condiciones en que se desarrolla la tauromaquia en la actualidad, en un ambiente de hundimiento económico, en general, y concretamente con suspensiones de todas las ferias y festejos, y ahora comienzo de organización de espectáculos con número limitado de espectadores asistentes, que en la mayoría de los casos no permite obtener ingresos para cubrir los gastos. Así de difíciles las cosas, en todos los aspectos la fiesta ha recibido una estocada que podría ser suficiente. Esperemos que no, pero el grifo de los ingresos está seco y mucho paro la rodea...

De todas formas, mi presencia hoy en las columnas de Diario CÓRDOBA no tiene otro motivo que recordar, un año más, la muerte de nuestra figura universal: Manuel Rodríguez Sánchez Manolete. Lo hago todos los años desde el 2007, fecha en que falleció mi padre, José Luis Sánchez Garrido José Luis de Córdoba. Escribió José Luis mucho de él --con la colaboración de Rafael Gago fueron sus primeros biógrafos-- , de sus actuaciones en los ruedos y también en el plano particular y siempre se consideró un gran amigo suyo. Manolete murió en Linares el día 29 de agosto de 1947, tras ser corneado en la corrida celebrada la tarde anterior por un toro de Miura que atendía por el nombre de Islero. Eran compañeros de cartel en esta fatídica corrida Rafael Vega de los Reyes Gitanillo de Triana y Luis Miguel Dominguín. Son datos de sobra conocidos por aficionados o no a la fiesta de los toros. Conmoción general causó la noticia de su muerte. Se lamentaba entonces la desaparición de Manolete, un torero joven, revolucionario, que había conseguido situar a la fiesta a una altura insospechada. Como además levantaba la admiración de cuantos le conocían, por su calidad humana, llegamos a la conclusión de que era sensacional como torero y excepcional como hombre. Todo ello contribuyó a que su muerte en los ruedos le erigiese en un mito de carácter inolvidable.

Recientemente, se cumplió el setenta y tres aniversario de la desaparición de Manolete, que se convierte en el personaje del que más se ha escrito en el mundo, en prosa o en verso. José Luis de Córdoba se despacha a gusto publicando libros y escribiendo sobre las virtudes y cualidades del Califa, al que demuestra en todo momento su admiración como torero y como hombre. Así lo hace siempre y a la muerte del periodista, en el año 2007, ya tenía preparado un reportaje en un sobre cerrado dirigido al periódico CÓRDOBA para publicar un artículo en honor y recuerdo de su amigo Manolete, al que continuaba guardando una especial fidelidad. Murió José Luis y le prometí que este recuerdo anual, por las fechas de la tragedia de Linares, no iba a faltarle a Manuel Rodríguez. De sobra se lo merece. Y una vez más, estoy encantado de hacerlo. ¡Honor y gloria a Manolete!