Con motivo del actual estado de cosas, te propongo una serie de medidas privadas, individuales, conducentes a finiquitar, al menos por media o una hora, los indeseables efectos de la pandemia de infantilismo que vienes soportando. Así pues, cuando te incorpores desde el lecho, intenta que sea más temprano de lo habitual, con objeto de moverte solo, sin perturbaciones de grifería, chocar de platos, arrastrar de sillas o quejíos de insultante gratuidad. Evita encender cualquier aparato electrónico, móvil, televisión, ordenador. Actúa, en cambio, como si nada ocurriese y poco esperases del resto del mundo. Prepara tu café y chuchería acostumbrada, toma asiento donde puedas, a solas, en tanto el planeta ronca. Lo ideal sería que, si dispones de alguna revista, libro o catálogo insulso, caducado, te des una vuelta por sus páginas, dejándote llevar la mente por anodinos discursos en torno al cultivo de begonias, la batalla de Bailén, el mítico enlace de Chabeli o el último cuarto de baño de Julio Iglesias. Aparta de tu vista cualquier objeto, señal que amenace con «ponerte al día». Teléfono apagado, wifi en off, ojos perdidos en cualquier festón o cenefa. Ya casi estás. Tu mal rollo, tus contaminadas emisiones cerebrales han remitido. La atmósfera brilla inmaculada sobre tu tejado. Tu dulce hogar destaca como un oasis entre la vasta, esquizoide jungla de malas vibraciones, problemas artificiales, nervios rotos, miedos en cascada, paranoias de Estado y, resumiendo: infantilismo. Sí. Cada mañana, el planeta se sacude con una estampida de niños grandes, mimados y sometidos a un tiempo, impacientes, caguetas, ansiosos de información gratuita, de música gratuita, de números, cifras que guíen sus planes de futuro inmediatísimo. Quieren saber cuántos muertos, contagios, euros, cuernos, cuánto frío y calor y goles pueden esperar hoy. A ti, en cambio, gracias a mi tratamiento, no te falta de nada, hasta que enciendes tu cacharrería y el Gran Sistema vuelve a calibrarte, como una pieza más. H