Alguien ha decidido que Diez negritos, la novela de Agatha Christie, es un título racista. Así, en su edición francesa, la novela ha pasado a titularse Eran diez . Lo mismo, vaya. Pero es que lo mejor ha sido que el bisnieto, James Prichard, dice que «Agatha Christie buscaba sobre todo divertir y no le habría gustado la idea de que alguien se sienta herido por un giro de sus frases». La cosa viene de antes: en las ediciones inglesas hace ya varias décadas que el título es And then there were none , mientras que Francia mantenía el título de Dix petits nègres . Pero es que además le han metido lápiz al texto original, porque la palabra nègre aparecía citada 74 veces y ha sido eliminada. Además, L’île du nègre , el lugar de la trama, ha sido sustituida por L’Île du soldat, La isla del soldado. Es decir: con la anuencia del bisnieto -cría cuervos-, le han metido bolígrafo al texto original de Agatha Christie, que no era una escritora excepcional pero sí una extraordinaria, divertida, elegante y ocurrente contadora de historias. Que hayan dejado paralítico a un negro estadounidense tras siete disparos policiales es algo abominable, pero nada tiene que ver con que la novela de Agatha Christie se siga titulando Diez negritos . A un escritor se le machaca en vida, y también en muerte. Que tocaran una sola letra del texto que escribió es una vergüenza solo comprensible en esta decadencia colectiva, infantiloide y fatua, en que la gente ya no sabe leer, ni comprender, ni texto ni contexto. Cómo nos manipulan. Porque el problema de nuestro tiempo delirante no es que un tarado que carece de la inteligencia lectora para leer un título en su época haya decidido semejante memez -puesto que tarados sin delicadeza en la interpretación de las palabras que se leen de frente han existido siempre-, sino que hoy contemos con auténticas legiones de memos disfrazados de guardianes de la moral dispuestos a convertir a ese tarado en un legislador, y lo consigan.