Ea, pues nada! Se pasó el reclutamiento, estamos en pleno verano y, contradiciendo a la canción, la vida no sigue igual. Esto de la nueva normalidad nos ha dado un toque de cambio, pero un poco de humor, que nunca viene mal, para este feliz regreso. Un honorable anciano y muy querido por sus amigos se encontró con un viejo conocido al que llevaba tiempo sin ver. El viejo conocido, de la misma edad pero vanidoso y pedante, al verlo exclamó: ¡Cuánto tiempo y qué bien te conservas! ¡Si estás hecho el chaval que conocí en la universidad! Dime, ¿cuál es el elixir de tu eterna juventud? El anciano honorable, mirándolo de arriba abajo, y reconociéndole, exclamó: perdone, señor; no entiendo nada. Me temo que me esté confundiendo con un loro. Y se alejó, repitiéndose: ¡qué absurdos los seres humanos! Minicuento que me nació al ser testigo de cómo se piropeaban dos ancianos que a dúo repetían: pues tú más. Más joven, más guapo, más listo... Sinceramente, sentí pena, porque los dos, apoyados en sendos bastones, con gorra hasta la boca y el rostro comido de manchas y arrugas, manoseaban un delirio de mentiras. Hay una conocida frase de I. Bergman que dice «envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena». Y añado otra mía: pintar la vida de primaveras no es eternizarse en años de juventud, sino buscar y saber encontrar el color de los momentos. Y es que cada momento, cada edad, tiene su propio color, ni más ni menos bello, ni más alto ni más bajo: son, sencillamente, distintos. Y no creo en más elixir que la dignidad de saber aceptar y convivir, incluso con goteras, bastones, etc. Dignidad y elegancia que no surgen por arte de magia, sino que, tal vez, tendríamos que echar mano al viejo Catón y aprender a dar los primeros pasos cuanto antes. H