Aunque a nosotros nos ha llegado una fama Rufina (Divina y Superficial) de Luis XVI, lo cierto es que ese Rey unido indisociablemente a una fecha (háblese del 14 de julio) tenía unas inquietudes científicas propias de ese hervidero de curiosidades que fue la Ilustración. Su gran entretenimiento consistía en montar relojes. Y una de las visitas que más satisfacción le produjo fue la que efectuó al puerto de Cherburgo en 1786. Francia quería recuperar su prestigio naval frente a la pujanza de los ingleses y los ingenieros del Rey diseñaron una serie de pontones que harían las veces de rada o refugio para la flota de Su Majestad.

En ese juego continuo de errores y aciertos en los que surfeó el Siglo de las Luces, a toro pasado aquella audaz propuesta resultó un auténtico fiasco. El plan consistía en la construcción de inmensos cofres huecos de roble, con la forma de un cono truncado y estabilizado en su interior por un lastre de piedra. Cada criatura tenía en su base un diámetro de 43 metros y se elevaba 18 metros desde la línea de flotación. Se construiría una línea de castilletes que, interconectados, pretendían ser un escudo frente a las tropas enemigas y las inclemencias del mar. Resultó ser una fantasía incosteable, pues de los 90 conos proyectados, se redujo a 72, aumentando la distancia entre los mismos, quebrándose las cadenas y cayendo en el bamboleo unos sobre otros como fichas de dominó. Además, la madera fue devorada por una especie de gusano marino, todo un símbolo de que esos gigantes estaban condenados a la embestida de las olas y a la podredumbre. Pero en su visita, Luis XVI se sintió feliz al erigirse a una estructura más propia del realismo mágico de Macondo.

Dios me libre de mimetizar el carajal de la gestión del covid con esta moraleja ingenieril. Pero no renuncio a encontrar peligrosas semejanzas. Desde luego, no asistimos como entonces a un tránsito desde un régimen absolutista, aunque no faltan morbosas conspiraciones en el entorno de la Corte. Así, Corinna Larsen cada vez más se acerca a una mixtura entre Antonio Pérez y Milady de Winter. Pero inconsciente o vete tú a saber si de una forma deliberada, asistimos a un sarcástico guiño en la pujanza entre liberalismo y jacobinismo; entre la jaleada omnipresencia de Papá Estado o la némesis de su jibarización enarbolada por quienes sostienen la supremacía del individualismo y cuya vertiente más idiota se plasma en la liga antimascarillas.

El Gobierno central ha plegado velas, poniendo en el punto de mira la propia eficacia del sistema autonómico; evidenciándose que las prisas son malas consejeras y que casi todo hijo de vecino confundió el final de la fase 3 con la liberación de París. Que el trasunto jacobinismo recentralizador debe en realidad transformarse en un riguroso ejercicio de responsabilidades y corresponsabilidades; y a todas las administraciones habría que darles un procinético frente a tanto laissez faire y cuyo máximo exponente es la vuelta al cole. Mismamente, que cada centro escolar se busque la vida. Para salir de este carajo, lo primero es la cohesión y el rigor; principios que, como la caridad, empiezan por uno mismo.

Para saciar su curiosidad, sepan que cuando en 1800 el Consulado visitó el puerto de Cherburgo, solo quedaba en pie el titánico pontón al que se subió el rey decapitado. Curiosa forma de los elementos en aportar lírica a los errores humanos. H