El panorama se ennegrece por momentos. Avanzan las cifras de los contagios en la pandemia que no cesa, con pocos resquicios para la esperanza. Somos el país europeo con más casos de covid por población en los últimos quince días, fruto sobre todo de una gestión que, asombrosamente, en vez de poner en cuestión al Gobierno y al ministro de Sanidad, les da prestigio y credibilidad. Una pregunta urgente deberá ser contestada: «¿Por qué tenemos la peor situación de Europa?». Y ahora, más leña al fuego: el caos educativo. A pocos días del inicio de curso, el Gobierno continúa improvisando. Nadie duda de que el caos lo ha provocado una negligente actuación del Ministerio de Educación, cuya titular ha cambiado de criterio hasta en seis ocasiones sobre cuestiones tan determinantes como las «ratio» de alumnos por clase, el uso de mascarillas y la distancia entre los estudiantes, y la presencialidad o no en las aulas. Responsables de los ministerios de Educación y Sanidad tendrán que decidir qué protocolo implantar, y si la obligatoriedad de las mascarillas afectará tambien a los cursos de Infantil y Primaria, ahora exentos. ¿Qué hacer en esta hora difícil y tormentosa, ante tantos frentes abiertos, en un mundo desconcertado y en una sociedad que no sabe qué caminos elegir, ni tal vez a quién o qué elegir? San Benito, al que, con su Regla Ora et labora , «reza y trabaja», la Iglesia considera patrono de Europa, guió al cristianismo en un momento histórico dificilísimo para este continente, creando centros de oración, cultura y hospitalidad para los pobres y peregrinos. En este sentido, nos llama la atención cómo el papa Francisco selecciona «políticamente» sus viajes apostólicos, realizándolos a lugares donde hay pequeñas comunidades, donde el cristianismo es una minoría. El propio pontífice nos ha explicado que el lugar de sus viajes no lo elige él, sino que es el Espíritu el que le inspira y le hace comprender el lugar a donde ir. «Cuando la Madre Teresa de Calcuta, cuenta el Papa, sintió que el Señor la quería en la calle, comenzó a ir entre la gente. Acogía y daba asilo a las personas incluso pocas horas antes de que muriesen, para que al menos pudiesen morir en paz. No las bautizaba, porque nunca quiso forzar una conciencia». «¡Pero es un escándalo!», decían de ella. «¿Por qué no se dedica a dar clases esta monja? ¿Por qué no va a un hospital? Y que deje morir a esa gente...». «Pero son los pobres», explicaba ella. «¡Bueno, morirán así!», le respondían. Pero ella supo insistir. Y el Espiritu siguió moviéndose, tocando una conciencia, luego otra, y la obra de la Madre Teresa creció, «de la calle al sagrario y del sagrario a la calle», y hoy es una santa, su herencia es enorme». Pero ahora, el gran problema es que puede más la ideología que la verdad. Se nos imponen las estrategias políticas, antes que las soluciones verdaderas. Y, como dice también el papa Francisco, «vivimos una hora en la que el populismo se pone en lugar de Dios, pero los populistas son hombres y mujeres que piensan solo en sí mismos, no en los demás -a los que abandonan a la miseria, matan o dejan morir-, y alimentan el culto a sí mismos, creyéndose Dios». Es, por tanto, la hora de la verdad, de la audacia, de afrontar los problemas con el descaro de la nueva valentía, inspirada, en el patrono de los políticos, Tomás Moro. Dió su vida por el pueblo, sencillamente. Con humor y con amor. H