Al aparecer la segunda edición de su obra Amada Cataluña (Reflexiones de un historiador) , el anciano cronista se siente impulsado a confesar coram populo (--su parva, pero muy fiel y estimulante gavilla de lectores--) el motivo último que le impulsara a darla a la luz.

En sus incesables y algo desordenadas lecturas juveniles acotó que, en varias ocasiones, un texto conocido en la mocedad había decidido la vocación y, a las veces, el mismo destino de no pocas personas, espoleadas ya hasta su muerte por las ideas recogidas en los volúmenes más imantadores de su juventud. Con la modestia obligada de su pluma y aún del mismo carácter del libro susomentado --en puridad, una miscelánea de artículos periodísticos en torno al vibrante, al par que angustioso, tema del porvenir inmediato del antiguo Principado catalán--, albergaba la ilusionada esperanza al publicarlo de que algún inquieto adolescente --incluida, por supuesto, y con mayor ensueño, si cabe, alguna chica-- experimentara la desazón de conocer en profundidad los principales avatares del catalanismo político y su adecuada inserción en la trayectoria del pasado inmediato de nuestra patria. Temática que, sí o sí, se revelará como gozne esencial de la convivencia española de los próximos años. Pues ni siquiera en la semi-apocalíptica coyuntura del corona virus el grave asunto referido ha perdido fuerza o impacto.

La catalanofilia más ardida presidió la inspiración y redacción del texto, convencido su autor que solo desde ella es posible un diálogo fecundo y genuino con la considerable porción del pueblo catalán de fórmulas insertas o muy cercanas a una posición independentista que, de cristalizar, ocasionaría la ruina de la idea de España y su realidad histórica, presea incuestionable de la historia universal. Cataluña es sin duda una de las comunidades europeas y occidentales más ricas y creativas en todas las facetas humanas y ello ha de tenerse obligadamente en cuenta en cualquier tesitura. Su élan vital se descubrió asombroso desde hace un milenio y es acreedor al máximo respeto, cuando no --como cree el bajo firmante-- a la veneración.

Pero al mismo tiempo --y en tal extremo radica la segunda opinión que informa Amada Cataluña- - en todo momento ha de hacerse igualmente justicia al muy amplio sector de la población del Principado entregado por entero y de manera incondicional a la causa de una «Cataluña española», tal y como siempre trazara el principal guión de su esplendente itinerario por las rutas del pasado. Sus hombres públicos más esclarecidos, sus estadistas más eminentes así lo quisieron y vivieron, a las veces, en travesías individuales repletas de zozobras e incomprensiones a una y otra orilla del gran padre Ebro, gran valedor de su idiosincrasia e identidad más hondas, como lo resumió insuperablemente durante siglos la monarquía catalano-aragonesa, clave mayor de su legado histórico.

En el ‘vago’ estío como adjetivara admirablemente la estación veraniega un Ortega Gasset que ni comprendió ni tampoco fue comprendido en Cataluña, en este agosto urente de 2020 que algún joven lector o lectora hojeara siquiera algunos capítulos de su último libro, entrañaría para su anciano y, por ende, escéptico autor, la más cuajada de las ilusiones.