Las estadísticas de afectados y fallecidos nos mostraron cÓmo las principales víctimas de esta pandemia han sido las personas mayores, las más vulnerables. Pero no están siendo las únicas. Los jóvenes parecían inmunes al virus, y durante el confinamiento no tuvieron otro remedio que guardar las medidas del estado de alarma, dadas las restricciones ambulatorias y el cierre de universidades, colegios y centros de ocio. Ahora que se levantaron las limitaciones, y que muchos de los rebrotes recientes de la pandemia vienen asociados a concentraciones festivas, celebraciones multitudinarias o actividades de ocio nocturno, la mayoría de ellas protagonizadas por jóvenes que no respetan el distanciamiento social y las normas de higiene básicas prescritas por las autoridades, dirigimos de nuevo la mirada a esta generación que no está siendo la víctima sanitaria de la pandemia, pero sí la víctima social y económica de la misma. Aunque muchos de ellos ni siquiera se hayan enterado, todavía.

Dentro de esta Generación C, en alusión al coronavirus como ya la denominan algunos investigadores, podemos incluir a todos aquellos cuyo nacimiento frustró la pandemia, en este aumento de la filiación a la filosofía antinatalista, y a los bebés recién nacidos a partir del otoño, que serán hijos únicos de miles de familias, dado el gran descenso previsto de la natalidad en el hemisferio norte por la situación de precariedad social y económica que condiciona a las jóvenes familias. Lo que consiguiera antaño como política del hijo único el régimen chino, se está imponiendo ahora por la vía del miedo y la incertidumbre en los países ricos. Contracción que ya se repitió en la época de Mijaíl Gorbachov, como consecuencia colateral de la desmembración de la Unión Soviética. Reflexión que nos sirve para cuestionar aún más nuestro diezmado sistema de pensiones y nuestra ridícula política migratoria.

También a esta Generación C pertenecen los jóvenes millenials de las sociedades desarrolladas que ya vivieron en sus familias los estragos de la crisis económica del 2008, ampliamente superada en pérdidas con esta del 2020. El paro juvenil en España o Italia se sitúa entre el 40 y el 50 %, lo que son cifras catastróficas para el futuro de una sociedad. Es posible que se cumpla ese axioma que afirma que muchos de nuestros hijos vivirán peor que sus padres, lo que supone una involución en el desarrollo humano que ni el avance de las tecnologías podrá maquillar. A tiempo estamos de virar el rumbo de la nave. A los hombres se les gobierna gracias a lo débil de su imaginación, lo que lleva a perpetuar errores pretéritos. Por eso necesitaríamos para alcanzar un nuevo impulso y vislumbrar horizontes de esperanza, no de comisiones parlamentarias de reconstrucción nacional protagonizadas por políticos miopes que sólo nos llevan a la confrontación, sino de expertos economistas, sociólogos, educadores y líderes sociales que propusieran alternativas e ilustraran retos como han avanzado otros Estados con mesas de trabajo y la participación de la sociedad civil. Pero para aprender hay que escuchar primero, y el ego ensordece a demasiados.