Nadie ha retratado como Benito Pérez Galdós en nuestra historia vontemporánea. Como dicen voces autorizadas (Zambrano, Madariaga, Machado…), es el mejor novelista español, a excepción del manco de Lepanto. En el centenario de su muerte, resulta casi una obligación recordar la genialidad del canario que, más y mejor, nos ilustra el siglo XIX español.

Don Benito Pérez (1843-1920) nace y vive en una etapa apasionante de nuestra Historia, posee gran capacidad (memoria prodigiosa, inteligencia, observación…) y se desenvuelve en círculos de mayor prestancia (Ateneo, Real Academia…). Aunque nace en Canarias, su periplo existencial se desarrolla en Madrid y Santander (1.861; casona de San Quintín, .893 ), aprehendiendo la realidad como nadie: viviendo los escenarios de sus obras (cafés: Fornos, El Suizo, Imperial..) y desenvolviéndose entre hombres y círculos culturales notables (Ateneo, teatros…; Clarín, Menéndez Pelayo, Marañón, Azorín, Valle Inclán…), protagonistas políticos (Castelar, Pablo Iglesias, Sagasta, Salmerón…), y buen conocedor de Europa, que visita en reiteradas ocasiones (París, Londres, Italia…).

El maestro canario compendia además un talento de mimbres variados, pues a su solvencia de escritor, periodista y crítico literario (La Nación, El Debate…) hay que añadir su faceta de coleccionista, pintor de caricaturas (Atlas zoológico de las Islas Canarias, 1.864-66), amor por la música (toca el armonio) y arquitectura (diseña su casona de San Quintín, en Santander). Posee un talante reposado y sereno, muy reservado, pero con una vida interior intensa y fuerte apasionamiento vital (con relaciones sentimentales fuertes; a pesar de su soltería: Lorenza Cobián, E. Pardo Bazán, Concepción Morell, Teodosia Gandarias Landete…). Es un hombre culto, con una percepción global de las artes, que despliega una imponente actividad personal, social y cultural en los ámbitos más relevantes del Madrid del s. XIX (Ateneo, dirección del Teatro Español, 1913…). Aparte de poseer un firme compromiso político (diputado en el ‘Periodo Largo’ de Sagasta; reuniones en su domicilio…), interpretando (crónicas y artículos periodísticos) e involucrándose con el ideario republicano, que concita la desafección de quienes (conservadores) le privaron mezquinamente del nobel de Literatura, para el que fue propuesto reiteradamente (1912, 1913…).

Como escritor y novelista transita por los derroteros del tráfago cultural de un siglo agitado, pero es en el naturalismo donde ejerce un magisterio impresionante, conviviendo con lumbreras de tremendo fuste (Clarín, Bazán…). La realidad es un espejo donde se reflejan las verdades. Nadie como él -decimos- ha retratado el contexto histórico decimonónico español con mayor magisterio, con una escrupulosa metodología (documentación, entrevistas, visita de escenarios…); como decía Clarín, es una auténtica copia artística de la realidad, con la correspondiente reflexión personal; nadie ha mostrado con tanta variedad de voces y colores la gigantesca galería de perfiles sociales (individuales y percepción colectiva) con esmerado buril (vieja aristocracia, burguesía acomodaticia, bases populares); nadie ha descrito con mayor precisión los escenarios contextuales de Madrid (Puerta del Sol, Sta. Engracia, Plaza del Progreso…); con prisma inmenso nos ofrece estampas de la mujer tradicional y luchadoras reivindicativas (Casandra Fortunata, Tristana, Perfecta…); con clarividencia nos ofrece las diferencias vitales del mundo rural y agrio ( Doña Perfecta , 1876). En sus obras eternas ( Fortunata y Jacinta , Misericordia y El Abuelo …) sentencia las coordinadas históricas de realidades sociopolíticas embriagadas de mucha verdad y completa credibilidad.

Es un escritor, de otra parte, que relata una historia que conoce muy bien, porque la vive (documentación amplia y variada) y mira con avidez, involucrándose activamente para denunciar el retraso del país. Didactismo y pedagogía de alto standing, pues ese era su auténtico interés. Todos concordamos con Mesonero romano que sus novelas «tienen más vida y enseñanza ejemplar que muchas historias…».

La obra de Galdós presenta un discurso completo del siglo XIX, con relatos que conforman el imaginario español más amplio de todos los tiempos ( Episodios Nacionales , novelas, teatro, artículos periodísticos…). El autor se afana en enseñarnos la Historia, desde los convulsos avatares de la Guerra de la Independencia ( Episodios Nacionales ), y regreso al absolutismo, al efímero afloramiento de libertad del Trienio Liberal ( La fontana de oro , 1871; El Audaz ; Historia de un liberal de antaño ...); la etapa Isabelina con sus avances políticos (liberalismo…, salida del absolutismo), económicos (educación, sanidad, urbanismo…), y contrariedades (moderantismo), con la emersión del poder oligárquico, clientelismo y caciquismo ( Miau , 1888) que se consagran en la Restauración; la caída de la Reina ( La de los tristes destinos , 1907) da paso a la ilusión revolucionaria ( La Gloriosa ) y un Sexenio Democrático frustrante ( España trágica y Prim , 1909…), que Galdós acogió con entusiasmo para modernizar el país, dejándole un sentimiento de pesar en sus personajes, que no permite la evolución; la Restauración de los tiempos bobos, transita con el cansino caminar de una burguesía ( Misericordia , 1.897) que se acomoda y es frustrante para las clases humildes.

Galdós se suma al humanismo krausista y embarca en la trilogía regeneracionista de la Institución libre de Enseñanza, el anticlericalismo, anticaciquismo y antimilitarismo. Entiéndase, pues, al gran novelista como un gran maestro de la Historia, con un firme compromiso personal hacia los valores de libertad, justicia y democracia, que busca denodadamente la identidad de España (ver edición en la edición de Diario CÓRDOBA de ayer el reportaje titulado Galdós sigue vivo .