Sí, eso, exactamente, es lo que se cuece estos días en los medios: soltar la lengua y decir todo lo que nos venga en gana porque, para eso existe la libertad de expresión. ¡Ole y ole! Y no sé si es curioso o vergonzante el que apelando a tal derecho se puedan vomitar tacos, insultos, descalificaciones y se puedan escribir aberraciones y se pueda opinar de todo cuando hay temas de los que no sabemos nada, absolutamente nada, pero ponemos en nuestra boca lo que los demás quieren oír y, lo que es peor, esta sarta de opiniones se puedan defender por medios tan públicos y visionados como la tele Y a renglón seguido llamamos irrespetuosos, sinvergüenzas y perlas de todo tipo a cualquier niño o joven al que se le ocurriera, o se le ocurra, llamar mierda, por ejemplo, a su padre o profesor. ¿No estamos vitoreando la libertad de expresión? ¿O es que, acaso, mayores, sí, jóvenes, no? ¿Saben ustedes aquel que dice... Habla como yo te diga pero no como yo te hable? Y no estoy en clave política, que no es mi tema, y que me da igual la procedencia de la lengua, sino en clave de valores, esa palabreja con la que nos regodeamos para quejarnos de lo mal que anda todo, lo mal que se gestiona todo, etc. etc. Y eso, que hay que reivindicar, y se nos llena la boca, una sociedad más justa, más transparente, pero que yo sepa siempre se ha dicho que de tal palo tal astilla, y los palos seguimos siendo los padres, maestros, políticos, propulsores de la cultura, medios, etc. Soltar la lengua e insultar y ofender a mí no se me antoja que sea un derecho sino más bien una tremenda falta de educación, una facilona forma de llamar la atención. Por ahí, por el Tíbet, se dijo: La palabra debe ser vestida como una diosa y elevarse como un pájaro. Y si no es así, digo yo, apaga y vámonos. No a los sapos y culebras que salen de nuestra lograda libertad de expresión.

* Maestra y escritora