Esta forma flamenca de hacerle el paseíllo a Pedro Sánchez ha tenido algo de estupor ajeno, una especie de fiebre en la conciencia que trata de encontrar, entre nosotros, el último dorado del pudor. Que un presidente del Gobierno guste de posar con su mandíbula en plan perfil tres cuartos con sus gafas de sol Top Gun o parecidas, oteando por la ventana los amplios horizontes de un mundo geopolítico complejo que requiere de grandes estadistas de acción, se puede comprender. A fin de cuentas una foto es una foto, todos nos tenemos que hacer una antes o después y cada uno sale como sale, por muchos asesores que te indiquen cómo parar la frente y apretar el mentón con decisión hasta que las encías te reescriban tu propia elegía mítica de sangre. Pero esos saltitos que casi se le han escapado al presidente mientras bailaba como una peonza entre palmas, este giro de pies un poco de pívot que ha ganado su posición de autobombo, porque ahora ha producido su película de aplauso, este hombre encantado de haberse conocido, sólo puede recordarme a Fernando Simón, que se quita la camiseta con su cara y se va a hacer surf a Portugal cuando los contagios en España ya van por mil al día. Alguien pregunta si el hombre no tiene derecho a unas vacaciones. Pues claro: pero si eres jefe de bomberos y a tu lado se prolonga el incendio, no es el mejor momento para irse. Tampoco para vídeos promocionales del presidente Sánchez entre el entusiasmo ministerial, que habría resultado mucho más elegante de haber sido en privado, aunque luego se cuente. Toda la escena me ha traído la melancolía del último cumpleaños de Irene Montero, nuestra gran ministra feminista ungida por el hombre que presuntamente retiene la tarjeta sim de otra mujer y luego la destruye. Qué tiempos aquellos, cuando las mujeres de su gabinete la sorprendían en el ministerio mientras rodaban en vídeo su reacción con su tarta de cumpleaños, qué fuerte tía, y le cantaban y España era una fiesta.