Dice el hombre de paz y diputado por Bildu Arnaldo Otegi que hay que echar a los guardias civiles del País Vasco para que no sigan votando a Vox. Teniendo en cuenta los datos que ha usado en su respuesta Macarena Olona -que en el País Vasco hay 2.192 guardias civiles, mientras que Vox recibió el domingo 17.517 votos-, quizá a lo que se refiere Arnaldo Otegi no es a expulsar solo a estos presuntos 2.292 votantes «guardias civiles acuartelados», sino también a los otros 15.225 votantes restantes de Vox. Otra línea de razonamiento, sin duda más sensata, sería valorar que entre los 2.292 guardias civiles destacados en lo que hasta hace no demasiado tiempo fue el infierno vasco puede haber votantes de Vox, por supuesto que sí, pero también del resto de partidos políticos. Pero ese sería entrar en el terreno de la sensatez posibilista o en la probabilidad que la realidad ofrece, con perfiles variados y sombras de matices. Porque a nadie escapa que la Guardia Civil, como cualquier otro cuerpo o colectivo, albergará a individuos de distintas ideologías y credos, opiniones y espíritus. Es cierto que uno no imagina a un guardia civil votando al actual Podemos; aunque caso distinto habría sido el Podemos originario, que verdaderamente era otra cosa, o parecía serlo. Porque el Podemos de hoy abraza como hermanos de leche a la gente de Bildu, y la Guardia Civil no puede olvidar toda su sangre, limpia y joven, que corrió por los crímenes de ETA. Pero dejemos el terreno de la sensatez donde debe hospedarse, que no es en las diatribas de Otegui con fondo terrorista vasco.

Así que vamos a imaginar que sí, que los 2.292 guardias civiles destinados al País Vasco han votado a Vox. Lo que dice Otegi, aunque ahora lo haga en plan de broma armada con su kale borroka de ironía -si es que fuera posible semejante oxímoron- es expresar el deseo más íntimo y también el propósito del independentismo: quedase solos. No hay otra razón que su búsqueda violenta de la soledad. Nunca la ha habido, y esto no va a cambiar. No es que a los terroristas legendarios, que ahora van entrando en el santoral de los jóvenes vascos que votan a Bildu porque es feminista y es animalista, y «eso de ETA es muy lejano», les sobren quienes han votado a Vox, sean guardias civiles, peones camineros o poetas urbanos de bebidas duras en las barras oscuras de madera recia y humedad del casco viejo de San Sebastián: es que les sobran todos los que votan al PP, y los que votan a Ciudadanos, y los que votaban -antes, ahora no sé- al PSOE, y un poco menos -o quizá nada- quienes voten a Podemos, que últimamente es votar a Bildu.

No hace falta citar Patria, la determinante novela de Fernando Aramburu: es que en La carta, de Raúl Guerra Garrido, publicada en 1990, se narra el infierno de un empresario vasco que recibe, el día de su 50 cumpleaños, una carta de ETA exigiéndole el pago del impuesto revolucionario. El hombre se niega, y al final todo su entorno, desde sus compañeros en su sociedad gastronómica hasta su propia familia, lo van dejando solo, como si el culpable fuera él por negarse a pagar, y no los terroristas por extorsionarlo y convertir sus vidas ilusorias en un escenario de soterrados pánicos con el tiro en la nuca.

Lo primero que recordé cuando escuché las palabras de Arnaldo Otegi, deseando una expulsión de la Benemérita, fueron los 230 guardias civiles asesinados por ETA. En esto debiéramos pensar todos al escuchar la chanza de este hombre de paz. En esto, en el atentado de Hipercor o en la casa cuartel de Zaragoza, donde Podemos no se ha sumado al homenaje por el 30 aniversario de la ejecución anunciada de Miguel Ángel Blanco por ser un acto «politizado». Por supuesto que lo es: ¿o no estuvo politizado, además de ser ruin, cobarde y canallesco, el asesinato de Miguel Ángel Blanco? Como también lo fueron los asesinatos de los socialistas Francisco Tomás y Valiente y Ernest Lluch. Todo es político. Todo es personal y todo es vil si revientan con metralla un cuerpo. En total, 850.

Las palabras de Otegui no pueden extrañarnos, porque el independentismo es la exclusión. Así se ha vivido en el País Vasco: por ser guardia civil o su familia te colocaban una diana, en la cola del supermercado o el patio del recreo. ¿O es que nadie recuerda el «síndrome del norte»? No hay que hablar de ETA, aseguran, porque queda lejana, pero la guerra civil es actualísima. El discurso de Otegui suena a viejo porque es el odio visceral de siempre, cejijunto y cerril, de las mentes pequeñas.

* Escritor