La dehesa iluminada evoca un territorio de magia y redención, una elegía de leños encendidos con el fuego en las almas. La novela de Alejandro López Andrada, reeditada por Almuzara 30 años después de su publicación, tiene una doble lectura con distancia: por un lado, las tres décadas vividas desde su impresión, que han convertido a López Andrada en nuestro gran escritor de la naturaleza. Pero también tenemos esa hondura líquida del tiempo que se mantiene intacta en la retina de hombres y mujeres que vivieron su dureza invernal, además de la antigua calidez de un paisaje que era no sólo la morada, sino también la encarnación del hombre. Leer esta primera novela, La dehesa iluminada, es asistir al nacimiento de una literatura: la de un escritor con vuelo clásico que tiene lo mejor de su poesía, llameante de tiempo y de verdad, en su antología El horizonte hundido, con espléndida selección de Antonio Colinas. Alejandro es poeta por los cuatro costados de esos vientos altos envueltos en su niebla mineral, pero también un prosista de humano testimonio no sólo en sus memorias y novelas, sino también en una extraordinaria trilogía sobre la vida perdida en Los Pedroches. El viento derruido, Los años de la niebla y El óxido del cielo son tres hermosos libros, con la huella de un tiempo que existió y Alejandro ha recuperado. Es el pasado lo que nos sacude, lo que nos duele y libra de la desolación. Tratamos de entenderlo, intentamos salvarlo: su recuerdo, su esencia, aquel calor. Esto es, en gran parte, la obra de Alejandro, que ya se dedicaba al ruralismo mágico cuando no era una moda juvenil. Su compromiso es obra del esfuerzo, con coherencia y verdad. Nombras un universo y puedes habitarlo. Siempre me gusta regresar a los libros de Alejandro López Andrada porque acogen y abrigan, como los viejos chozos de pastores abiertos en mitad de la tormenta. La dehesa iluminada, esta novela, es una gran lectura veraniega y la primera piedra de ese mundo.

*Escritor