El turismo es la más peculiar industria del mundo. Es la única en la que el comprador no quiere sentir que compra y el vendedor intenta, más que con cualquier producto sobre la Tierra, vender su producto con un contrasentido implícito: una aventura con la mayor de las seguridades. Y no hay aventura segura. Es como pensar en un campo auténtico pero sin bichos.

El caso es que la pandemia ha dado pie a replantearnos lo que realmente queremos y es valioso y hermoso cuando salimos de casa, y nunca más que ahora se ve patente la diferencia entre el turista y el viajero, que para nada son iguales. Porque viajar es muy necesario. Como me dijo hace tiempo un amigo: «Lo importante de viajar es que obliga a pensar». Ole. No creo que pueda existir mejor definición.

Un turista se conforma con la forma, lo bonito, el selfie, la anécdota… el viajero busca también el fondo, y si no lo encuentra seguirá leyendo cuando regrese a su casa para sorprenderse con el lugar que visitó. El turista va a donde hay que ir en la ciudad que visita, que no está mal. El viajero, además, sabe que para conocer un lugar hay que pasar por su catedral, por su taberna y por su mercado. El turista mira de frente, como los propios ‘nativos’, y a lo obvio. Al viajero se le descubre dirigiendo discretamente su mirada también al pavimento, a los balcones, a las ventanas… El turista tiene pánico a perderse. El viajero acepta que se va a despistar pese a no ser agradable. El turista oye al guía. El viajero escucha y presta atención incluso a los silencios. Sobre todo los silencios, aunque también le guste el ruido porque para el viajero los turistas es solo una parte del decorado y no le importa que estén en su camino de búsqueda. Mientras… al turista lo que más le molesta es el turismo.

Quiero pensar, y he visto que no soy el único, que la pandemia es una oportunidad para darle un nuevo enfoque al turismo y a nuestros anhelos de viajar y conocer. Sin pasarse con los cambios ni las tonterías porque esta industria se puede ir al carajo. Pero a nivel personal los turistas, entre los que me encuentro, sí que podemos aprovechar para ser un poco más… viajeros. Sorprendernos con una visita rápida a un pueblo, dedicar una mañana a para pasear por la Mezquita-Catedral sin necesidad de tener que acompañar al típico familiar o amigo que viene de visita a la ciudad. ¿Conocen ya Medina Azahara iluminada de noche? ¿De cuántos castillos de la provincia de Córdoba puede presumir haber subido? ¿No le apetecería recorrer un sendero de La Sierra con ‘la fresca’ recreándose? ¿Y repetir lo que sintió aquella vez que descubrió una taberna singular en un pueblo? ¿Por qué no pararse a darle la importancia que se merece ante un simple arco de una perdida iglesia antigua? Pues hay mucha gente del mundo que pagan y pagarían un pastonazo por tales privilegios, y más aún ahora que no pueden venir.

Es hora de lo simple y de lo importante. De ir a otros sitios y, queriéndose fascinar, mirar hacia abajo, hacia arriba, hacia el horizonte… Quiero pensar que es tiempo de viajeros.