La suspensión de la tradicional procesión del Corpus este año en Córdoba, con motivo de la pandemia que sufrimos, es un caso excepcional, si bien hemos de tener en cuenta que la celebración por este mismo hecho se ha visto afectada en nuestra ciudad durante los siglos XVI y XVII con frecuencia.

Aunque la fiesta del Corpus Christi en la capital cordobesa se remonta a la época bajomedieval, las directrices de Trento resultan decisivas en su potenciación como respuesta a la reforma protestante. En el siglo XVII se alcanza una fase de esplendor por impulso del obispo fray Diego de Mardones, quien, llevado por su devoción al misterio eucarístico, dota generosamente los sermones de la octava en la catedral y establece premios a los artísticos altares y arcos que se instalan en las calles del recorrido. También dona una cruz procesional de plata sobredorada con engastes de oro y piedras preciosas para abrir un suntuoso cortejo en el que ocupa un lugar destacado la magnífica custodia de Arfe.

La procesión del Corpus reviste una gran solemnidad en la urbe cordobesa. La pomposidad y la fastuosidad definen un espectáculo de marcado carácter religioso que cuenta con el atractivo de manifestaciones folclóricas y musicales que deslumbran a la nutrida concurrencia. Numerosas personas se agolpan en las calles del itinerario para admirar un cortejo en el que están representados y se hacen visibles a la sociedad los poderes locales, la nobleza, el clero secular y las órdenes religiosas. También participan los miembros de las cofradías con sus estandartes, las corporaciones gremiales y las minorías marginadas, como negros, moriscos y gitanos, que juegan un papel muy activo en las danzas coloristas que intervienen.

Con ocasión de los brotes epidémicos en los siglos XVI y XVII se plantea, por temor a la aglomeración de gente, la suspensión de la salida procesional o el acortamiento del recorrido. El miedo a la propagación de la peste mueve a los prebendados de la catedral a limitar el itinerario en el Corpus de 1582 hasta la calle de la Feria a la altura del convento franciscano de San Pedro el Real. Los estragos del temido contagio se repiten en la primavera de 1583 y los ediles acuerdan pedir al obispo el aplazamiento de la salida de ese año al mes de agosto. El bando de salud publicado el 23 de julio causa el natural regocijo del vecindario y propicia la celebración el 5 de agosto, víspera de la festividad de la Transfiguración del Señor.

Idénticas medidas se adoptan en la primavera de 1601, argumentando que la afluencia de gente pueda agravar los efectos de la epidemia declarada en la ciudad. La procesión del Corpus de este año se traslada al 18 de octubre, día de San Lucas.

A mediados del siglo XVII la ciudad vuelve a ser azotada por un mortífero brote pestilente que obliga a realizar la procesión del Corpus de 1650 en el interior del templo catedralicio para evitar el concurso del vecindario.

Por último, el contagio declarado en la primavera de 1682 impide de nuevo que la procesión del Corpus Christi recorra el itinerario tradicional por su elevado poder de convocatoria. En esta ocasión tiene un carácter de rogativa para impetrar la protección divina por las calles que rodean a la iglesia mayor, sin la asistencia de las órdenes religiosas. Excepcionalmente figuran en el cortejo, junto a la custodia, la imagen de San Rafael y el arca de las reliquias de los Santos Mártires.

No cabe la menor duda de que la procesión del Corpus Christi contribuye a realzar la exaltación del misterio eucarístico. El vistoso cortejo realiza un largo recorrido por calles céntricas del extenso casco urbano que se convierten en un espacio sacralizado en tan señalada fiesta del calendario litúrgico con la presencia de innumerables vecinos y forasteros.

*Numerario de la Real Academia de Córdoba