Desde que apareció el coronavirus en Wuhan, China, y aquí en occidente hacíamos burla de los chinos con mascarillas, y luego vino lo que vino: el mundo vuelto del revés, he comenzado a prestar más atención a lo que ocurre fuera de nuestro estado de bienestar. Como por ejemplo esa oleada de protestas antirracistas que recorren y prenden en todos los Estados Unidos por el homicidio del George Floyd, cuyo nombre ya es historia como el de Martin Luther King, Rosa Parks o Malcon X, y otras tantas víctimas. Las autopsias oficiales confirman lo que vimos en la tele y no era una película: Floyd murió por asfixia mientras un policía impasible a los gritos de la víctima, de la cámara y de los mirones le dejaba sin respiración. «I can’t breathe» (No puedo respirar) gritó varias veces desde el suelo Floyd antes de morir. Últimas palabras que hoy se han convertido en un lema contra el racismo, la violencia y la desigualdad en las redes sociales y que son coreadas en las manifestaciones y actos que se convocan en su nombre no solo en EEUU, pues ya extienden por Europa, en Francia son multitudinarias, Reino Unido y Alemania. Mientras que en España, como la calle está tranquila, van y la lían estúpidamente los políticos en el Senado. Esto poco importa. Pero si vuelven a ver el vídeo del trágico final de Floyd, escucharán en los estertores de su muerte, además del I can’t breathe, una llamada desesperada a su madre un par de veces, mamá, mamá; palabras que aun me conmueven más que la imagen y todo lo que ha venido después. Porque siempre es esa la última palabra si hay alguien para contarlo, incluso cuando la madre haya muerto hace tiempo. Lo han dicho estos días enfermeros y curas que han asistido a moribundos por coronavirus que terminaron su vida en la soledad de un hospital. A varios he oído contar que siempre aparecía en el final esa invocación a la madre que también hizo Floyd muriendo sobre el asfalto a plena luz del día en una calle de Mineápolis. Entonces recuerdo y busco los versos del poeta Caballero Bonald, que ya con los 85 cumplidos escribió su biografía en un largo poema de tres mil versos sin ningún signo de puntuación, Entreguerras, donde concluía en las estrofas finales: «tengo miedo ahora mismo madre miedo de llegar de no poder llegar/... de regresar ya anciano hasta tu vientre de madre/... y oír allí definitivamente la voz universal que alienta en lo más íntimo/ la común propiedad que confluye la voz de cada uno madre». ¿Será la voz de la tierra, la profunda raíz del grito que buscaba Lorca o la madre naturaleza? Siempre que hay testigos ilustres en el final de la vida de un personaje quedará para la posteridad una frase redonda: “Luz, más luz”, atribuida a Goethe; si son los precisos, suelen contar que murió llamando a su madre.

* Periodista