Muy querido don Juan:

Sé que entiende lo que pasó ayer por mi cabeza, cuando leí su comunicado en el que me decía: "Estimada Isabel: Acabo de jubilarme. Después de 6 años de carrera y 44 de ejercicio, parece llegado el momento de hacerlo. Estas líneas son para agradecerle su confianza y amistad durante estos años, pero especialmente por cuanto me ha enseñado como persona, por su honestidad, sencillez y ejemplo. El médico se va, pero permanece el amigo. Un gran abrazo con el corazón".

Pegada al buzón donde leía estas palabras mis lágrimas sorprendieron a un vecino que se alarmó: no, no pasa nada. Es solo una noticias de un amigo. Y cómo no emocionarme ante el adiós de un gran profesional, de un médico internista que desde que el enfermo abría la puerta, lo estaba observando y, ¡con cuánta atención lo escuchaba! Sin prisas, sin teléfono, sin ordenador, con la mirada y la atención puesta en el enfermo, atento a palabras, gestos..., tomaba nota de todo.

El poeta y filosofo Candidman dice: "Lo que hace a un médico no es la bata, un traje o lo que se ponga encima, sino lo que hay debajo de todo eso ". Alguien dijo que hay un Dios en cada hombre y eso es exactamente lo que siempre he encontrado en don Juan. ¡Con cuánta fe la pobre de mi hermana y yo hemos planeado a lo largo de tantos años concertar citas, convencida de que don Juan era el salvavidas que en cada ocasión necesitábamos! Ella, hoy, también hubiera llorado.

Un gran psicólogo, un gran amigo y, sobre todo, un gran médico del que los cordobeses podemos sentirnos orgullosos. Por eso a pesar de mis lágrimas, quiero felicitarlo con estas palabras que no son nada, y mi canto como el rey salmista después de la batalla: jubílate deo omnis terra.