Hablo con M.J. y me dice que le da pereza la fase 2, que no tiene ganas de salir. Seguimos conversando a la antigua (por teléfono y de ventana a ventana son las modalidades que están resucitando, no les digo cuál fue la elegida) y descubro que en realidad no es abulia lo que tiene, sino miedo. Eso de salir tanto y jugártela con la saliva de cualquier persona por la calle o en un bar, después de tanto sacrificio.

Hija, qué exagerada, le digo, tendremos que salir tarde o temprano, yo ya salgo bastante a pasear, pero luego pienso en las largas conferencias que nos están dando por televisión sobre los gimnásticos recorridos aéreos de las gotitas que, sin saberlo, vamos dejando a nuestro paso cada vez que abrimos la boca o estornudamos. No crean, que yo también he visto ese esquema alemán que recomienda una distancia de diez metros entre deportistas.

Quizá de esta fase 2 que empieza el lunes, para los valientes cautelosos o para los inconscientes insolidarios, lo más interesante será saber a quién nos apetece ver. Sí, ya sé que lo importante es la salud y la economía -imposible olvidarlo- y también el mal rollo político que nos está sacando de quicio, pero esto va hoy de las personas y sus sentimientos.

Estos meses hemos contactado con personas remotas a ver qué era de ellas, hemos mantenido una constante atención sobre las más queridas que no estaban conviviendo con nosotros, y ahora, llegado el momento de salir a la calle -aunque ya llevamos unos días en los que la gente hace lo que quiere- veremos si somos capaces de cumplir todas esas promesas que nos hicimos a nosotros mismos acerca de nuestra relación con los demás.