Hoy ha transcurrido la mañana en una invasión de palabras. Un bla, bla, bla desde el Congreso de los Diputados y desde la Cámara andaluza acompañando hasta la hora del almuerzo, y luego en los informativos. Después he tenido que aferrarme a una novela de John Connolly para distanciarme un poco, en concreto, hasta el estado de Maine, en esos EEUU de América que ahora también están infectados.

Como no trabajo este día, cuando escucho las sesiones parlamentarias estoy menos alerta, las palabras van y vienen, zumban a mi alrededor, algunas consiguen entrar en mi cabeza, otras pasan de largo y salen por la ventana, o lo que quiera que hagan las ondas hertzianas (es la primera vez en mi vida que escribo esta palabra).

Me marcho poco después de que Gabriel Rufián aconseje a la derecha que se lave la boca antes de hablar de Julio Anguita. El líder de Vox, Santiago Abascal, ha venido a decir que en Córdoba se celebró un funeral digno sin suficiente respeto a las medidas de seguridad por aquello del carné comunista -aunque se organizara bajo el mandato de nuestro alcalde del PP- y Casado habló de la concentración en la puerta del Ayuntamiento, pero no entro a comentarlo, léanlo en lo que cuenta mi compañero José María Martín.

Cuando regreso de hacer la compra, el portavoz de Cs está explicando su voto a favor de la Quinta Prórroga y, mientras desinfecto esto y aquello preguntándome si habrá una cámara oculta riéndose de mí, me paso al Pleno del Parlamento de Andalucía, donde Juanma Moreno se mide con Susana Díaz.

Es el andaluz un debate que da menos miedo, quizá como los de antes, de esa democracia más o menos normalita que teníamos y no como esta del coronavirus, en la que parece que se va a hundir España cada vez que se ponen a hablar sus señorías y todo el dolor que se cause es poco.

El Parlamento de Andalucía ha guardado un minuto de silencio por las víctimas del coronavirus y ha dedicado un aplauso -con palabras de la presidenta, Marta Bosquets- al que fuera diputado andaluz por IU, Julio Anguita, pero en el Congreso, donde también ocupó un escaño, solo han utilizado su nombre para atacarse. Y nosotros aquí, en nuestras casas, nuestros sofás y nuestras cocinas, intentando aceptar que el mundo ya no va a ser como lo conocíamos, mientras escuchamos ese continuo y ensordecedor bla, bla, bla.