Sigue el estado de alarma, pero está todo el mundo en la calle. O casi todo el mundo. Me cruzo en Gondomar con mi amiga Nuria, que me saluda cuando ya casi nos hemos sobrepasado. Me vuelvo, porque la voz me suena, y la veo con su mascarilla. Yo con la mía. ¿Quién eres?, pregunto, no obstante. Se identifica. Pido disculpas: ella me ha reconocido, pero yo no.

Se inicia así un itinerario de hora y media en el que voy saludando a una serie de gente a la que creo reconocer y no sé si me reconoce, y devuelvo el saludo a otras personas que me han identificado pero no estoy segura de quiénes son. Las mascarillas desdibujan el paisaje social y abren una agradable incógnita en la que algunas personas optan por no ver a nadie y otras por ver a todo el mundo. Las miopes estamos en desventaja, porque, además, las gafas se empañan con la mascarilla. Me aconseja un quiosquero amigo que las frote un poquito con jabón seco y luego las limpie con una gamuza. Pienso que eso es parecido a la recomendación de frotar una patata partida en el limpiaparabrisas del coche cuando llueve, experimento que nunca he llegado a llevar a cabo.

Me sorprendo tarareando la canción Y tú, ¿de quién eres? de un grupo que se llama No Me Pises Que Llevo Chanclas, dedicado al agropop. La copla tiene ya treinta años, quién lo hubiera dicho. Ahora es útil para explicar la situación.

Me preocupa no ser capaz de reconocer por la calle a los vecinos que hemos ido descubriendo día a día, en balcones y ventanas, durante el confinamiento. Los que están cerca, por descontado, pero otras y otros han pasado por el filtro de mis gafas y no estoy segura de identificarlos cuando pasen con sus mascarillas.

Recuerdo a Julio Anguita

Ha pasado una semana desde la última toma de este diario, y se ha producido la triste noticia del fallecimiento de Julio Anguita. Personas con más conocimiento que yo están escribiendo en su memoria. Desde aquí, solamente quiero dejar constancia de mi pesar y enviar un abrazo a las personas que más lo querían. Solo me agrada una cosa: que haya muerto con las botas puestas, sin sufrir la decadencia, con su inteligencia plena y su influencia intacta. En el lado contrario quedan las cosas que todavía hubiera podido aportar a la sociedad. Descanse en paz.