Apenas hace unas horas ha fallecido Julio Anguita. Escribo estas líneas precipitadamente y aun bajo el impacto de una noticia que no por esperada, dado su estado de extrema gravedad en los últimos días, terminará dejando una profunda huella en la ciudadanía cordobesa y española. A pesar de que, teóricamente, Julio Anguita abandonaba la política española en el año 2000, después de haber sufrido graves problemas cardíacos, solo lo haría desde el punto de vista institucional, ya que nunca dejaría de estar presente en el debate público y siempre con planteamientos polémicos y críticos con el estado de cosas existente, a través de sus intervenciones en conferencias, debates, entrevistas, publicaciones de libros y artículos, etc., terminando por ejercer, si cabe, una mayor influencia en la conformación de la opinión pública que cuando ejerciera como político activo.

Su enorme experiencia política como alcalde de la ciudad de Córdoba, como parlamentario, como secretario general del PCE y coordinador de IU, la iba a poner al servicio de unas posiciones polémicas que, con gran frecuencia, podían resultar incómodas no sólo para sus adversarios políticos, sino que también terminarían resultando difíciles de digerir, incluso, para los que al menos teóricamente, se podían situar en su propia onda ideológica. Desde aquellos momentos, tras su jubilación de la vida política institucional, actuaría una y otra vez siempre desde la rebeldía, desde la rebeldía entendida no como simple posición de rechazo del «status existente», sino planteada como análisis de los problemas que afectan a la sociedad capitalista y que, por ejemplo, por utilizar sus propias palabras en alguna de sus intervenciones, no le llevarían a aceptar nunca que la competitividad y el mercado fueran los únicos ejes rectores de esta sociedad actual, pasando por encima de lo que recogía la propia Carta de los Derechos Humanos.

Si polémicas fueron sus posiciones con respecto al importante problema de la construcción de Europa, respecto del funcionamiento de la sociedad capitalista, tampoco Julio Anguita rehuyó nunca el debate sobre cualquiera de los temas que podían resultar más difíciles de abordar en el análisis de la realidad política española más reciente, problemas a muchos de los cuales, a su juicio, nuestra democracia no había terminado, ni mucho menos, de dar una respuesta satisfactoria. Temas como los derivados de lo que supuso nuestra peculiar manera de llegar a la democracia, de la difícil recomposición de la izquierda política, de la persistencia de los llamados «poderes fácticos» y sus estrategias de dominio, de las relaciones entre sindicalismo y política, de los que tienen que ver con la utilización alienante de los medios de comunicación, etc., al lado de cuestiones de corte más filosófico, como las vinculadas a la lucha por la dignidad y la igualdad e incluso, aquellos que tienen que ver y están relacionados con la forma política del Estado, en lo que nunca dejó de señalar su acendrado republicanismo.

Ninguno suponía reparo para la manifestación pública de sus propias convicciones políticas e ideológicas. Quizás, además de su demostrada honradez y la defensa de tales convicciones, algo que pudiera explicar su innegable calado social sea la estrategia comunicativa utilizada a la que, ciertamente, no fue ajena su importante experiencia docente y, por supuesto, como historiador tengo que hacer alusión a ello, su recurso constante a la Historia como manera de fundamentar en gran medida la defensa de su propio discurso político. Nunca dejó de reconocer, como hizo el día que junto con otros dos amigos J.L. Villegas y R. Serrano, le acompañamos en la presentación de su Corazón rojo: la vida después de un infarto, que una de sus frustraciones, de las cosas que llevaba con mayor pesar era no haber dedicado su tiempo a la enseñanza de la Historia Contemporánea. Algunos pensamos que Julio, más de lo él mismo pudo haber pensado, enseñó Historia y a hacer política.

*Catedrático de Historia Contemporánea