Cuando los aplausos de cada día se han convertido no sólo en un reconocimiento de la labor sanitaria sino también en un merecido autohomenaje y en una manera sesgada de socializar --un escape perentorio y frugal--, no esta de más recordar el centenario del nacimiento de Florence Nightingale (1820-1910), una mujer que inauguró una época en la salud creando la enfermería moderna allá por mediados del siglo XIX, justo cuando también John Snow, el médico londinense, sentaba las bases del método epidemiológico en 1854 con su estudio sobre la epidemia de cólera,y el obstetra austro-húngaro Semmelweis, en 1847, revolucionaba la higiene sanitaria con sus descubrimientos acerca de la infecciones hospitalarias, aconsejando algo tan sencillo como lavarse las manos entre intervenciones sanitarias. Una confluencia, pues, esencial en la historia de la Medicina y la Salud Pública.

Lo de Semmeweils es importante en la labor de Florence (que debe su nombre a su nacimiento en Florencia) porque ella fue también una poderosa propagadora de esa sencilla e imprescindible práctica en la prevención de enfermedades contagiosas (incluida la covid-19), aunque Semmelweis fue tan criticado al principio que incluso le supuso perder su trabajo.

Florence Nightingale era una mujer feminista avant la lettre, de una vasta cultura y fina pluma, viajera impenitente, de inquietudes arqueológicas, históricas y culturales de todo tipo, que luchaba contra los cánones de aquella sociedad victoriana y pacata con la mujer y contraria a su voluntad de convertirse en matemática primero y en enfermera después. Su espíritu se plasma en estas palabras suyas: «Prefiero diez veces morir en el mar, nadando hacia un nuevo mundo que quedarme quieta en la playa con los brazos cruzados». De temperamento independiente, desafió los convencionalismos de la época: «Es muy poco lo que se puede hacer bajo el espíritu del miedo» escribió en su diario.

Y esa fundación de la enfermería profesional moderna tiene un hito en la guerra de Crimea, a donde Florence acudió y acompañó hasta el último soldado inglés herido (allí se ganó el apodo de ‘dama de la lámpara’ por sus rondas nocturnas a los enfermos), entre 1854 y 1856 y donde adquirió fama y sirvió de inspiración para que Henri Dunant fundara la Cruz Roja, como el propio Dunant afirmó después.

Posteriormente fundó la primera escuela laica de enfermería con un programa de estudios que explicitó en su libro Notas sobre la enfermería: Qué es y qué no es, siendo el modelo para otras escuela, y también promovió la reforma de la sanidad inglesa. Un programa que puede resumirse en este párrafo suyo: «La observación indica cómo está el paciente, la reflexión indica qué hay que hacer, la destreza práctica indica cómo hay que hacerlo. La formación y la experiencia son necesarias para saber cómo observar y qué observar, cómo pensar y qué pensar».

Florence fue la primera mujer admitida en la Royal Statistical Society británica, siendo nombrada miembro honorífico de la American Statistical Association y la primera mujer en recibir la Orden del Mérito de la corona británica. Y tuvo una contribución importante a la epidemiología con sus trabajos de estadística y su famoso diagrama de la rosa sobre causas de mortalidad. Es proverbial también su juramento de enfermería de inspiración hipocrática pero enfocado a esta profesión.

Mi admiración por la labor enfermera no sólo es ya una cuestión familiar, ya que mi padre fue practicante --esa palabra casi perdida-- antes que médico y ahora lo es un hermano, y mi malogrado amigo José María, sino que su extensa labor, a pesar de que la palabra enfermería alude a enfermedad obviamente, no se reduce a ella, sino que no son pocas sus actividades en que no sólo se cuida la salud del enfermo, sino que promueven la del sano, en programas como vacunaciones, estilos de vida, cribados o promoción de la salud, entre otras como la salud laboral. Es decir se protege y promociona la salud y se previene la enfermedad. La propia Florence lo dice en el libro citado: «Cada día tiene mayor importancia el conocimiento de la higiene, el conocimiento de la enfermería, en otras palabras, el arte de mantenerse en estado de salud, previniendo la enfermedad o recuperándose de ella». Toda una precursora de la actual salud pública hace más siglo y medio.

Por todo lo anterior el Día Mundial de la Enfermería (desde 2010) se celebra el día de su nacimiento, el 12 de mayo, siendo este año el segundo centenario del mismo. Nuestro abrazo moral así a todos los sanitarios y en especial a la profesión de enfermería.

* Médico y poeta