Al día de hoy ya hemos consumido una tercera parte de mayo, uno de los meses más celebrados en el calendario festivo, social y callejero, y el más deseado para los cordobeses, o para cualquier visitante que por aquí haya pasado y placeado alguna noche entre las cruces y los patios. Justo por ese recuerdo y esas vivencias, siendo prisionero de mayo, hoy me siento prisionero en mayo como aquel desvalido del romance anónimo de mis primeros libros de lengua, «Que por mayo era, por mayo,/ cuando hace la calor,/ cuando los trigos encañan/ y están los campos en flor.../ cuando los enamorados/ van a servir al amor». La calle apetece, y mucho con esta luna de las flores, pero tal como se está poniendo de desagradable, quizá, mejor sea la clausura, y dar alas al recuerdo de cuando fuimos felices. Este deambular entre enmascarados, las normas, las sirenas, los chivatos, las miradas inquisitivas, los aspavientos de los transeúntes en las distancias cortas de una calle larga demuestran que si malo es ser esclavo de los propios vicios peor es ser esclavo de las propias virtudes, según Panikker. Se nos había olvidado lo cara que es la libertad. Hay momentos en la vida personal, en los que uno debe preguntarse serenamente si presta mejor servicio a la colectividad obligándose, rebelándose o guardando silencio para achicar la humillación de no sentirse libre. Estamos a la espera de que nos digan si nos podemos bañar o no, si los niños podrán salir cuando baje el calor o los seguimos achicharrando, si los abuelos pueden pasear al anochecer o tienen que soportar los rigores del mediodía a pleno sol, si nuestra pareja conviviente puede ir a nuestro lado en el coche o en el asiento de atrás, si los estudiantes pueden recoger sus pertenencias en el piso donde residían durante el curso y que siguen pagando o no, si puedo visitar a mi madre, impedida con noventa y cinco años, a la que no veo hace dos meses o tendré que esperar la autorización no se de quién... ¿También habrá que obtener permiso para cogernos de la mano, para besarnos o abrazarnos? Y si la cosa pinta bien, emerge la fogosidad y la conformidad, ¿hay que pedir licencia para el apareamiento? Todos nos quejamos de la vida, pero al otro barrio no quiere irse nadie, ni aquellos que predican las bondades de la vida eterna; y de ahí nuestra claudicación en aras de una seguridad suprema, garantía imposible. Llegados a este punto, ¡cuidado!, conviene no olvidar la Declaración de los Derechos Humanos, no sea que la vida vivida hasta hoy haya sido un paréntesis de democrática convivencia en la historia de España. Que por mayo era, por mayo,/... sino yo, triste, cuitado,/ que vivo en esta prisión/ que ni sé cuando es de día/ ni cuando las noches son.

* Periodista