Me viene a la memoria la novela que leí hace años, denominada El Recurso del Método, de Alejo Carpentier, donde en sus últimas páginas uno de los protagonistas, procedente de Cuba, convivía con sus hermanos hacía tiempo en un piso arrendado en el centro de Madrid. Desconectados de la realidad ante la invasión napoleónica, es cuando al contemplar desde su balcón cómo en el portal de su casa un soldado francés acuchilla a una maja sin piedad alguna, en una reacción de corta circuito, sin pensárselo dos veces, coge su trabuco y tirándose a la calle se convierte en un patriota más frente al invasor y sin miedo alguno.

Le quiero decir a los políticos hoy regentes del Gobierno de la nación que, a pesar de su legión de asesores publicistas, de técnicos que nadie conoce, de su corte de los milagros, de periodistas a su servicio, de empresas que se dedican a mutilar la libertad de expresión en las redes sociales, de instrucciones ilegales a las Fuerzas de la Seguridad del Estado, en definitiva, de un batiburrillo de decretos, leyes, órdenes ministeriales, instrucciones en muchos casos incompletas y alejadas de la trágica realidad, que menosprecian a este pueblo milenario y lo consideran como menor de edad, no conocen nuestra historia y carácter indomable cuando se nos acorrala. Una buena prueba de ello tenemos no solo en Numancia, que se enfrentó e inmoló ante la maquinaria bélica del Imperio Romano, sino en innumerables gestas que jalonan nuestra historia, en la que en un tiempo fuimos dueños del mundo. En Córdoba, tenemos el ejemplo del patriota que disparó a bocajarro al general Dupont cuando atravesaba la Puerta de Plasencia, matando al caballo e hiriendo al mismo, y que fue la justificación de los franceses para llevar a cabo una verdadera carnicería y rapiña en la ciudad, y por ello, que no se nos toque demasiado el amor propio, ni se abuse de nuestra buena fe. Pues el miedo no existe en esta piel de toro.

Redundar en el innumerable rosario de negligencias imperdonables. De ausencia absoluta de previsión. De carencia de pruebas indispensables para detectar el virus de forma rápida en los ciudadanos a fin de poder gestionar con acierto esta trágica situación. De dejar desatendidos e indefensos a nuestros médicos, sanitarios, ancianos en residencias y en sus viviendas y unos interminables etcéteras que claman la conciencia de los hombres justos, donde la improvisación ha sido la moneda de cambio en estos dos meses de calvario y reclusión, ya carece de sentido. Pues habrá tiempo de que, por quien corresponda, se depuren responsabilidades si las hubiere. Hay que afrontar el presente con determinación, humildad y espíritu de convivencia y devolverle al pueblo sus derechos fundamentales, que se han venido vulnerando reiteradamente, para que la normalidad y sensatez pueda hacer frente a esta pandemia asesina. Pero para ella se hace necesario un espíritu de convivencia y reconciliación nacional fuera de todo color o proyecto político caribeño, que no tiene cabida en nuestra cultura, ni en nuestra Constitución, que ha sido y es la salvaguarda de esos derechos fundamentales hoy vulnerados. Los cimientos de una convivencia pacífica desde hace más de 40 años, con diferencias territoriales por todos conocidas. Es el único camino, y el gobierno de la Nación, que juró y prometió dicha Carta Magna, es el primer obligado para cumplirlas y hacerlas cumplir junto con la bandera de la Nación y su Monarquía, dándole a esta el sitio que le corresponde, y olvidar aventuras imposibles y perjudiciales para todos, aunque no se beneficien algunos, que tienen las fronteras abiertas para marcharse. El odio genera odio en una progresión geométrica que puede llegar a lo increíble, tal como nuestros abuelos sufrieron en una guerra fratricida que se laminó en la Transición, gracias a la generosidad de los políticos de la época, y que hoy se pretende resucitar y así, fragmentando en dos o varias Españas, a río revuelto ganancia de pescadores. Ni se puede ni se debe permitir por parte del pueblo, que lo único que desea es atender sus necesidades, criar sus hijos, tener su sustento, vivir pacíficamente y ejercer sus derechos constitucionales en plenitud, incluida la libertad de expresión, como soporte fundamental.

Según la Real Academia, el confinamiento consiste en la pena por la que se obliga al condenado a vivir temporalmente en libertad en lugar distinto a su domicilio. Por tanto, quien inventó utilizar la misma para definir la situación actual también se equivocó, ya que la situación actual se parece más a un arresto domiciliario con alguna libertad de movimientos. Como también es un error dictar normas específicas e inflexibles y generalizadas para todo el Estado, cuando son las comunidades autónomas, las diputaciones y los municipios los más competentes para aplicarlas e interpretarlas, ya que tienen un conocimiento más directo de sus territorios, costumbres, orografía, industria, problemáticas etc, por lo tanto, su gestión es más eficiente por lo expuesto. El que se cree que lo sabe todo es el más tonto, pues no está en condiciones de aprender nada, decía mi maestro don Rafael Zamora Herrador.

Una pandemia que, parece ser, ha sido un ataque en toda regla a Occidente, y que ha venido para quedarse en un reguero de muerte y destrucción. Y para finalizar quiero unirme, rindiendo el homenaje más entrañable a aquellos compatriotas que se marcharon. Muchos de ellos innecesariamente por falta de medios, y a los que les pido que se conviertan en nuestros Lares o Dioses domésticos para protegernos de toda esta lamentable situación que venimos sufriendo los españoles.

Ese miedo que nos quieren imponer hay que arrinconarlo en la última esquina del alma, liberados y unidos conseguiremos remontar esta trágica experiencia. El miedo acobarda y no conduce a ninguna parte.

Paz y bien.

* Abogado y académico