Me gustaría decírselo bien claro. Sorprenderlo un día mientras ensaya poses frente al espejo o mientras está riéndose de las tonterías que le mandan por el móvil. Hablarle muy seria para que resuenen en su cabeza estas palabras: «José Luis, tenemos que hablar». Asustarlo. Eso me gustaría. Ponerme borde para que se dé cuenta de que una tiene su dignidad, para que se entere de que no puedes tratar así a quien más te quiere, ahora te cojo y ahora te suelto porque me da la gana. Acojonarlo para que se percate de que ha elegido el camino equivocado. Ese sería el plan si una criatura como yo pudiera llevarlo a cabo. Hacerle entender que lo mismo nada es para siempre.

Tú no puedes pasar de todo a nada sin más. Estas semanas de atrás el señor tenía ganas a todas horas. Venga a buscarme. Por la mañana. A media mañana. Antes de comer. Después de comer. A media tarde... Reventada me tenía. Vamos, que lo veía acercarse y ya sabía lo que tocaba. Y perdonen que les cuente estas intimidades con la que está cayendo pero es que estoy que me subo por las paredes... porque llegó un momento en el que yo podía haberle parado los pies perfectamente, comunicarle de alguna manera que ya estaba bien, que una relación no puede basarse solo en lo físico, pero no lo hice porque en el fondo una es tonta y no se pone como se tiene que poner para que la respeten.

Ya les digo. Hubo días de hasta seis o siete. Y nada de aquí te pillo aquí te mato. Alargando la cosa. Todo el día con lo mismo. Ni al principio de conocernos estuvimos tanto tiempo dale que te pego. Al principio, yo encantada, para qué vamos a negarlo. Claro, como ahora no va a la oficina... «Querrá recuperar el tiempo perdido”, pensé yo al principio de tanta actividad frenética, porque mi José Luis nunca hasta ahora había actuado así, «ya volverá la normalidad, ya llegarán los días de tener una su espacio para estar a su aire, distraída con el vulgar vuelo de una mosca, ya llegarán los días en los que este hombre se enganche de una puñetera vez a cualquier serie y se trague no sé cuántas temporadas en bucle y me deje respirar», eso me repetía para consolarme cuando las agujetas me mortificaban antes de dormirme.

Lo que no me esperaba era esto, que un buen día prácticamente dejara de mirarme como si no conviviéramos, que pasara de mí en plan si te he visto no me acuerdo, que de buenas a primeras fuera a lo suyo y ya está, que olvidara todo lo que había disfrutado gracias a mí. Es que no me entra en la cabeza que de una forma tan abrupta y egoísta el dueño de mis huesos volviera a dedicarme solo lo justito de su tiempo porque ya no le hacía falta una pobre perra como yo para justificar su presencia en la calle casi a todas horas en pleno confinamiento de los humanos. A ver si por lo menos tiene un poco de corazón y me compra un pienso en condiciones.

* Profesor del IES Fidiana