En espera de la desescalada que el Gobierno anuncia por provincias -a ver cuándo le toca a Córdoba- y en cuatro fases bisemanales, seguimos encerrados en casa y ya va mes y medio. Un encierro en parte aliviado si uno tiene niños, o es un niño (o niña), y ha podido apuntarse desde el pasado domingo al aperitivo del paseo de una hora. A él podrá unirse desde el 2 de mayo quien desee hacer deporte, aunque no está aún claro en qué duración y condiciones. Y es que si a todo el que quiera estirar las piernas le da por salir sin previo orden ni concierto las calles van a parecer el camarote de los hermanos Marx, dando al traste con el enorme sacrificio personal y social del confinamiento acumulado y del que está por venir.

Porque más nos vale hacernos el cuerpo a que «la nueva normalidad» de la que avisa Sánchez, una vida distinta a la que hasta ahora hemos vivido despreocupados sin saber que lo estábamos, no llegará hasta dentro de unas cuantas prórrogas más del estado de alarma, allá por finales de junio. Y eso haciendo malabarismos para evitar una regresión -con la consiguiente vuelta a medidas más duras- por repunte de los contagios, cosa segura si perdemos la seriedad en cuanto nos sepamos un poquito más libres, como les pasó a algunos padres descerebrados el primer día que sacaron a sus hijos. Pero es un riesgo necesario para reprogramar la maquinaria del país, que apenas se había visto recuperada de una década de inmisericorde crisis económica cuando el maldito coronavirus la ha hecho volver a una caída en picado que costará mucho tiempo remontar. Aquí en Córdoba, convertida ya en la provincia española con más paro sin que nadie acierte a dar una explicación de cómo se ha podido caer tan bajo, si las instituciones públicas no se aplican a un contundente plan de choque conjunto, sin fisuras políticas ni discusiones bizantinas a las que somos tan dados, mal se nos presenta el futuro inmediato.

Y encima no dispondremos de mayo para olvidar las penas como solíamos hacer a golpe de macetas, albero de feria y fino Montilla-Moriles. En este mayo cordobés que llegará mañana de puntillas y casi pidiendo perdón como una visita a deshora, sin flores que tirarnos a la cabeza, ni cruces ni patios ni todo lo demás, tendremos que conformarnos con fiestas virtuales y, todo lo más, brindis de ordenador a ordenador en pantalla compartida, que es de lo poco que podemos compartir en estos tiempos desolados. Todo lo más, echándole imaginación a la cosa, nos cabe la posibilidad de montar un teatrillo en el balcón, ese hábitat redescubierto que ahora enmarca nuestro horizonte. Siguiendo el ejemplo de los vecinos de la calle Don Carlos Romero, en La Viñuela, con su peculiar versión doméstica de la romería de Santo Domingo y la batalla floral, estamos a tiempo de colgar mantones y banderines con sevillanas de fondo para hacernos la ilusión de que no todo está perdido. Y en realidad no lo está. Ni siquiera la pandemia, que tanto dolor y miedos siembra a su paso, puede quitarnos los sueños ni las ganas de fiesta, aunque haya que aplazarla hasta mejor ocasión. De momento, sean prudentes y celebren mayo todo lo que quieran pero sin poner a nadie en peligro.H