La solución del drama del covid-19 no pasa por descargar las culpas a los políticos y expertos, fomentar el odio entre los ciudadanos y partidos políticos, echar balones fuera, negarse a seguir las normas derivadas de la alerta, esperar para machacar a los presuntos responsables cuando se termine la pandemia, etc. La única forma de combatir eficientemente el coronavirus es con una mezcla ponderada y flexible de autoconfianza, de humildad, de sacrificio, del sentido del deber individual y colectivo, de espiritu colaborativo, de optimismo/esperanza y del grado de adaptabilidad a la situación tremendamente cambiante. El factor humano es, como siempre, esencial.

En este contexto, es preciso resaltar los matices diferenciales entre optimismo y esperanza, como hizo el Papa Francisco en su segunda entrevista con Jordi Évole, el pasado mes de marzo por skype. Optimismo es la propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto mas favorable (RAE) o un estado de ánimo basado en la fortaleza y autoconfianza que nos impulsa a tener seguridad de que podemos lograr lo que nos proponemos. Esperanza es un estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea; en el cristianismo es considerada una virtud teologal junto con la fe y la caridad (RAE), o es también un sentimiento (mas que un estado de ánimo) positivo que se percibe cuando se tiene la certeza de superar los problemas con optimismo. Aparentemente significan lo mismo: vislumbrar favorablemente el futuro, desde el presente, pero se diferencian en que un concepto depende del otro. No se puede tener esperanza sin optimismo; un optimista lo último que pierde es la esperanza. Un optimista lucha, vibra con energía positiva contra los problemas, y en este caminar florece la esperanza que ensancha y refuerza al optimismo. Ambos son estados de ánimo, pero la esperanza es además un sentimiento mas profundo y a largo plazo que el optimismo, que es además una actitud necesaria para tener esperanza.

En la pandemia y en la pospandemia es necesario tener estadísticas de los ciudadanos optimistas (¿crecen?, ¿bajan? con el tiempo) además de las numerosas y, a veces, desconcertantes estadísticas que nos confunden . Estas personas privilegiadas con este estado de animo, sean quienes sean (ciudadanos, sanitarios, políticos, fuerzas de seguridad, militares, conductores de medios de trasporte, periodistas. personal de farmacias, supermercados y de limpieza, entre otros), serán la clave para salir de la sima profunda del coronavirus y así sembrar la esperanza a toda la humanidad. A estos optimistas los necesitamos urgentemente para que ejerzan su influencia entre los demás ciudadanos para que sueñen y se movilicen, Segun Aristóteles, la esperanza es el sueño del hombre despierto. La esperanza es ver la luz en plena oscuridad.

El optimismo no se refuerza con engaños, paños calientes, posverdades, postureos, estadísticas «favorables». Nada es verdad, nada es mentira, todo es cómo se quiera mirar usando el filtro adecuado que convenga para deformar la realidad por interés. Debemos entre todos formar un caldo de cultivo sano y limpio, para que florezcan el optimismo y la esperanza. Así empezaremos a vencer la pandemia.

* Profesor jubilado de la UCO