No entraré en política, me lo he propuesto y así va a ser. Estas quejas son de aquí y de allí, cotidianas, escuchadas en las llamadas telefónicas, o en el silencio de esta calle, ahora sin ruido de tráfico, en la que oyes hasta las conversaciones si los vecinos tienen abiertas las ventanas.

Llama W. y me cuenta que P. se levanta y escucha la radio mientras desayuna. Luego lee los titulares del periódico, se detiene en algún artículo, hace ejercicio y se pregunta cuándo podrá reabrir su negocio. Así que no es de extrañar que cuando ve en la tele la comparecencia diaria de las autoridades sobre la crisis del coronavirus deje rienda suelta a sus confinados sentimientos y vaya insultando, imaginativa y pormenorizadamente, a todos los que hablan. Lo merezcan o no, no entremos en eso. ¿Qué puedo hacer?, me dice, cada vez está más irritable. Ay, amiga, si yo supiera lo que puedes hacer tú quizá sabría bregar con mis propios problemas.

Nos ponemos de charla. Está indignada, porque dice que ve a demasiada gente por la calle y... ¡atención!, que ve a demasiadas personas mayores. «Nos quedamos en casa para proteger a los ancianos, que son los que corren más peligro con el virus y resulta que son ellos los que salen a todas horas». Confieso que no me había fijado. Quizá sea en su barrio, donde dice que ve a algunas y algunos entrar y salir más de la cuenta. Es verdad que he ido a la compra y me ha sorprendido la cantidad de gente en la vía pública, pero de todas las edades (aunque una señora de avanzada edad casi se me echa encima en la caja).

Los mayores a los que conozco están recluidos y no salen. Siempre hay alguien dispuesto a hacerles los recados. Pero he de reconocer que sí veo a algún octogenario ir y venir casi a diario con su mascarilla y su poquito de impaciencia y me pregunto cómo se las arreglará para la desinfección cuando llegue a casa. No sé si indignarme o sentir pena, cualquiera de las dos opciones sirve. En Andorra han puesto horarios para las salidas de algunos colectivos. En España, de momento, a los niños los van a dejar ir al supermercado (con un adulto), lo que me parece el colmo. A ver los padres cómo evitan que se rocen con todo. Menos mal que han rectificado y ahora también podrán pasear... ¡Niños, cuidado, que no os utilicen!