Sin duda una de las imágenes de la ya pasada Semana Santa han sido las carreteras vacías. Casi añora uno los atascos de antaño. Más que nada como anormalidad normal. Valga la paradoja, pues la carretera también se cobra anualmente su tributo en vidas. Esta vez el día después, ha sido normal dentro de la anormalidad (vaya lío). Pero, bueno, empezar a ver la luz al final del túnel nos hace intentar prever qué paisaje vamos a divisar cuando salgamos de él. Y no parece nada halagüeño. Tal día como hoy, en los tiempos previrus, estaríamos preparando la Feria del Libro, prestos a celebrar como cada abril algún aniversario literario, recibir las últimas creaciones y congratularnos de la aparición de firmas noveles. Habrá que esperar mejor ocasión.

Y aunque estos días de confinamiento han deparado en la lectura un magnífico acompañante, el covid le ha robado el mes de abril al maltrecho gremio de los libreros. Y a nosotros también. Quizá nunca hubiéramos reparado en la sorprendente cantidad de obras de todo tipo que han incidido, directa o tangencialmente, en epidemias, miedos y confinamientos de no ser por la búsqueda casi exhaustiva que han llevado a cabo los medios de comunicación y las redes, abarcando todos los géneros y todas las épocas. Los tiempos cambian, pero sorprende cuán actual resulta mucho de lo que se nos narra en ellas. Seguro que cuando las casetas vuelvan al Gran Capitán nos ofrecerán todo un muestrario.

Ahora que se va acercando ese día después, comenzamos a entrever que atenuaremos un problema pero habremos de encarar otros no menos graves. Esperemos que mejor que en aquella pequeña joya cinematográfica en dibujos animados - Cuando el viento sopla- que nos angustió en los años 80. En ella un matrimonio trataba de sobrevivir a una explosión nuclear siguiendo el manual de instrucciones del gobierno inglés. Con un bello tema de David Bowie, el espectador asistía, impotente, a su esperanza y a su esfuerzo por eludir el inevitable final. Hoy todavía sigue siendo una película desazonadora. No nos hemos librado de la amenaza nuclear y habremos de coexistir con el coronavirus, pero también con otros amaneceres inquietantes.

Es importante sacar enseñanzas y prepararnos para ello. Hay un relato de Julio Cortázar -La autopista del sur (se incluye en Todos los fuegos el fuego)- que viene como anillo al dedo a este escenario y a estos días de atascos perdidos. En él se produce un monumental bouchon en una autopista francesa que dura días. Es un auténtico confinamiento... al aire libre. Los personajes -a los que cita mediante su modelo de vehículo- empiezan a relacionarse, se transmiten toda clase de bulos sobre las causas y cuándo acabará, hacen recuento de víveres, tienen que dormir en sus vehículos, tomar decisiones, ayudarse, sufrir el calor veraniego, cuidar de los niños, se pelean, se enamoran, cantan, hay ancianos que mueren…¿Les suena? El desasosiego deriva de que al final, las filas comienzan a moverse, cada uno arranca su vehículo y todos se olvidan de todo -y de todos- acelerando hacia la normalidad de la gran ciudad. Ha inspirado varias películas.

Cortázar me lleva también a través de un cronopio -Instrucciones para dar cuerda a un reloj- hasta una canción de Aute. Y a mirar el mío. Ahora ya no repetimos esa operación que de pequeños hacíamos todas las noches.

Pero la recordamos. Uno y otro lo hacen sabiendo que cada vez que la realizan se abre un nuevo plazo de 24 horas. En El tiempo, el viento dice Aute que no malgastemos un segundo tras ello, que la vida espera una vez no haya muros que nos impidan salir. Y el argentino nos habla de que, aunque en el fondo del reloj more la muerte, con cada plazo los árboles y la vida despliegan sus hojas. Y del tiempo brotan el aire, la brisa de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan... Al tiempo, nos dice, hay que dejarlo latir con libertad. Solo el miedo es capaz de gangrenar la fina sangre de sus rubíes.

Aute realizó varios films con su mundo y sus dibujos. Y de los cronopios y famas hay también cintas animadas y muchas ilustraciones. Realismo mágico, mundos oníricos y surrealistas. Junto a su recuerdo corre por las redes estos días un texto de Alessandro Frezza -por un equívoco atribuido a Jung- en el que un marinero se queja a su capitán de la cuarentena a la que se ve forzado.

Desde su experiencia éste le habla de cómo la espera sirve para sublimar el deseo, de cómo adquirir nuevos comportamientos y de cómo llevar a su interior la primavera de modo que nadie pueda quitársela.

Todos ellos nos hablan de ese día después. De no sucumbir al miedo. Dejarlo campar es peligroso y anula la razón. De abrirnos a la vida. De sacar conclusiones y mejorar. Pero, sobre todo, de dar cuerda, todos los días, a nuestro reloj. Ese que se le paró hace poco a Luis Sepúlveda del que yo contaba el pasado verano historias de ballenas y él a ustedes las de viejos que leían novelas de amor.

* Periodista