Eso dijo nuestro monarca mientras de fondo se oía la cacerolada de muchos españoles como respuesta: «Esto es un paréntesis y volveremos a la normalidad». Y yo me pregunto, ¿de verdad queremos volver a lo mismo? ¿No vamos a aprender nada de esta situación para ser conscientes de que hay que cambiar muchas cosas?

A pesar de que esto va a ser durísimo, que va a poner en una situación horrible e insostenible a nivel social y económico a una gran mayoría de personas, a las que les va a costar remontar o tan siquiera levantar cabeza «Dios y ayuda» o «sangre, sudor y lágrimas», quiero pensar que va a servir para conseguir una concienciación a nivel mundial en general y a todos los gobiernos en particular, para aprender de todos los errores y adaptarnos a los nuevos problemas o desafíos que se nos van a plantear en este mundo a partir de ahora, en un futuro próximo, aunque realmente hace ya tiempo que estaban ahí, solo que nos negábamos a admitirlos y preferimos esconder la cabeza bajo tierra tal que avestruces, hasta que ha llegado un virus «de mierda», como dice el doctor granadino Jesús Candel, más conocido como Spiriman, y nos ha puesto a cada uno en nuestro sitio, unos encerrados en nuestros hogares y a otros en primera línea de batalla en hospitales o haciendo una labor importante para que podamos tener nuestras necesidades más básicas cubiertas, aunque aún queden ciertos insensatos que no quieren enterarse de que tienen que quedarse en sus santas casas, pero que lo harán cuando les pongan una multa simpaticona o vean desde su balcón como sacan el cadáver de su vecino octogenario metido en una bolsa hermética.

Ahora, más que nunca, tenemos que ser muy conscientes de que si por ejemplo, China estornuda, Europa tiene que ponerse a limpiarse la nariz, o que si algún loco gobernante de Estados Unidos se le ocurre jugar a ser Dios y soltar cualquier virus, aquí no queda ni El Tato para contarlo, o que si en un país productor de petróleo, o de alguna energía importante, ocurre una catástrofe, es atacada o amenazada la vida de sus habitantes, o lo que es lo mismo, su sustento vital, nos va a afectar al resto del mundo más pronto que tarde.

Ya no vale eso de mirar para otro lado ni el sálvese el que pueda. El mundo es más global que nunca, no solo para lo que nos interese, también lo es para las desgracias. Ha llegado el momento de proclamar al mundo como una única nación porque ahora los enemigos que vayan surgiendo nos atañerán a todos por igual.

Por fin ha llegado el momento de poner el enfoque y todas nuestras capacidades en lo que de verdad es importante, porque a estos enemigos de esta nueva era que empieza, ya que tengo claro que esto del coronavirus va a marcar un antes y un después, les va a dar igual que les hables en catalán o en euskera, que quieras llamar al lugar donde vives comunidad autónoma o país, que le hables con lenguaje inclusivo o no, o que le eches la culpa al heteropatriarcado, que desentierres a Franco o cambies los nombres de las calles, que tu abuelo muriese a manos del bando nacional o del republicano, que creas en Dios, Alá, o seas ateo, que seas republicano o monárquico, que seas blanco o negro, rico o pobre. De repente, todo eso ya no son problemas y nunca tenían que haberlo sido.

Aquí se pueden aplicar dos lemas: «La unión hace la fuerza», de Homero o «Divide y vencerás», de Julio César. Con el primero tenemos la oportunidad de sobrevivir dignamente y con el segundo, será el enemigo quien acabe con la humanidad.

Nuestra batalla tiene que ser la de conseguir un mundo mejor donde todos valgamos igual, donde todos nos necesitemos y que nuestras armas sean el sentido de humanidad, la empatía, la generosidad, el altruismo y sobre todo la solidaridad y que todo esto pase a ser la normalidad.

* Escritora y consultora de inteligencia emocional. Autora de ‘Jodidas, pero contentas’