Viernes al mediodía. Un médico de urgencias, con muchos trienios a sus espaldas, me llama al salir de una guardia de 24 horas en uno de los hospitales de referencia de Andalucía y de los más importantes de España. Una vez terminado el servicio, me cuenta, ha querido ver al gerente de su hospital para preguntarle por qué aún no ha llegado el material de protección sanitario. El superior estaba reunido y ni pudo hacerle la pregunta ni obtener la respuesta que iba buscando. Por eso quiero ahora levantar su voz con un interrogante que es un garfio abierto exigiendo respuesta: ¿Por qué no llega el material de protección a los sanitarios? ¿No bastan los más de diez mil profesionales que han caído en el coronavirus desde que comenzó la epidemia en nuestro país? Cómo podemos confiar en este gobierno para sacarnos del naufragio si no es capaz de proteger a sus médicos, enfermeras, auxiliares, celadores y resto del personal que conforman la primera línea de acción contra la pandemia en los hospitales, en los centros de salud y en las enfermerías. Hay días en los que siento un empacho infinito sin haber probado bocado, una sobredosis de realidad insoportable, un hartazgo de noticias e imágenes que insisten y persisten en mostrarnos un mundo irreal. No me contéis más cuentos, cuentos chinos por supuesto. Que no quiero que me cuenten las partidas que tienen aprobadas, lo que piensan gastar, las compras encargadas, el reparto en comunidades, las pruebas falsas, falsificadas o trucadas, las acciones altruistas y las manos bondadosas que hacen mascarillas a todo trapo con lo que tienen cerca; que lo que queremos saber es por qué no llega el material a los sanitarios que son quienes nos sacarán de esta hecatombe. Por mucho tiempo que pase no será suficiente para agradecer lo que estos trabajadores hacen por nosotros y en qué condiciones. Por eso no me permito la mínima queja por los días de encierro. Es una lotería comparado con los miles de trabajadores que salen de su casa cada mañana sin saber a qué hora terminará su jornada laboral ni como volverán, además de exhaustos; si contagiados, con fiebre o tendrán que quedarse ingresados. Así salen de su casa y dejan a su familia cada día los camioneros, los agentes de seguridad, los trabajadores que mantienen abastecidos los mercados de abastos y los super, las fruterías y las panaderías, asistidas las farmacias y el reparto de mercancías. Benditas las personas que cuidan de más de 300.000 ancianos en residencias de mayores. Porque tan dados como somos a buscar culpables, temo que ahora queramos acallar el grillo de nuestra conciencia denigrando a quienes han cuidado, lavado y alimentado a los viejos que no cabían en la casa.

* Periodista