Vuelve Irene Montero con su verdad absoluta. Y lo bueno de una verdad absoluta, para quienes se adhieren a ella como enfoque interior y plan de vida, es que no requiere matices, ni excepciones o notas a pie de página, ni razonamientos. Por no necesitar, ni siquiera precisa ser verdad. Por eso la verdad absoluta se coagulará en el dogmatismo, que es el radicalismo en la ideología o en la religión. O sea: el talibanismo. Porque no estamos ante una mera opinión que deba argumentarse, sino ante una razón de ser y un plan de vida que acaba convertido en tren de vida. Sólo así se entiende el regreso de Irene Montero y sus declaraciones, tras conocerse que había dado positivo por coronavirus tras la marcha del 8M. Irene Montero sigue defendiendo la manifestación. Y lo hace, aunque el ministro de Sanidad, el filósofo Salvador Illa, haya admitido que durante la última semana de febrero «se produjo el contagio importante en algunas partes del territorio español, en concreto, en la Comunidad de Madrid». Pero Montero, entrevistada en La Sexta, asegura con rigor científico imbatible que «el problema no fue la movilización del 8M». Y lo hace con los mismos argumentos de sus defensores: que ese fin de semana, el del domingo 8 de marzo, hubo concentraciones deportivas y culturales -habría que ver qué se entiende por esto último- y el congreso de Vox en Vistalegre. Por eso para Montero no es ningún error que se permitiera la manifestación. Es decir: que la permitieran ellos.

Ya sé que por cuestionar la estrategia -por llamarla de alguna forma- del Gobierno de Sánchez ante el coronavirus, y no digamos la idoneidad o la posible imprudencia de las marchas del 8M -porque se habla siempre de la de Madrid, pero las hubo en la totalidad de las capitales de provincia y en los pueblos principales de toda España- me arriesgo a recibir, sin pedirlo, un carné premium de ultraderechista. Pero uno aún se debe a esa vieja ética del razonamiento, que exige esa honradez en marcha de la prueba discursiva. Entre las afirmaciones de Montero hay únicamente una verdad: que ese mismo fin de semana se celebraron otras concentraciones de gente, no sólo el 8M. Pero Irene Montero no está sola en esto. También Fernando Grande-Marlaska nos dice que «el 8 de marzo no había ninguna circunstancia concreta ni objetiva para la suspensión de ningún acto público ni manifestación, como fue la del 8M», porque «Ese día hubo una pluralidad de actos públicos, partidos de fútbol y actos de partidos políticos por todos conocidos». A esto se suma José Luis Ábalos, jeta y palabras de hormigón armado: «Ese día estuve en la mascletá de Valencia, y nadie me ha preguntado si eso estuvo bien o mal». Empezaremos por el final: nadie te lo ha preguntado, alma de cántaro, porque la respuesta es evidente. Respecto al repetido razonamiento --o lo que sea-- de las otras concentraciones, esto es como si te disparan en el pecho, denuncias que está mal que te disparen --porque hombre, te han matado o casi--, y el tipo --o la tipa en este caso-- de la pistola te responde: no, es que el disparo en el pecho no ha sido definitivo, porque también hubo otros disparos, te han disparado en el pie y los brazos. Pues claro. Pero es que no tenían que haberme disparado en ninguna parte. Es que no se tenían que haber celebrado ninguna de esas concentraciones y fue el Gobierno --tu Gobierno, contigo como ministra de Igualdad y la manifestación del 8-M como tu única razón de existir-- quien las alentó y permitió. «Hicimos lo que los expertos y las autoridades sanitarias nos dijeron», asegura. Pero no es verdad: el Centro Europeo para el Control y Prevención de Enfermedades, en su informe del 2 de marzo, recomendaba «evitar concentraciones masivas innecesarias». Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias y portavoz del Gobierno en esta crisis, es asesor de esta agencia europea. Pero recordemos que estaba demasiado ocupado recomendando a su hijo que asistiera al 8M.

Irene Montero, una mujer con méritos no contrastados, es ministra de Igualdad en España, un país pionero en la lucha por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. No digo que Montero no posea sus habilidades, más allá de su experiencia laboral como cajera de un supermercado. Pero si no fuera la mujer de Pablo Iglesias, ¿sería ministra de Igualdad? La igualdad no era esto, una credencial del libro de familia o del colchón, sino exigencia en la preparación. Pero si lo denuncias, eres facha.

* Escritor